24 de diciembre, nueve menos cuarto de la noche.
Una voz quejumbrosa pide ayuda:
—Señorita, por favor, venga;
señorita, por favor, me meo.
Se repite el lamento
con el ritmo de una letanía
antigua y derrotada.
Al cabo de unos minutos
llega la respuesta
desde el pasillo:
—Pues si tienes pañales,
que los tienes,
te meas en ellos; ahora
estoy ocupada.
La nochebuena está a punto
de convocar a los comensales
a la cena.
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