sábado, 14 de enero de 2012

EL HAVRE

No basta con tener buenas intenciones para contar una historia. Es necesario saber contarla. Es necesario hacerla verosímil. Es necesario mantener la coherencia. Es necesario hacerlo bien porque, de lo contrario, el público huye y se va a ver películas americanas.

Pensar que la gente es buena es muy loable. Pero más loable es impulsar a ser buena gente desde una buena historia. Y esta es una mala historia porque es confusa, incoherente e insulta la inteligencia del espectador. Detengámonos si no en algunos aspectos:
  • ¿Qué hace una pretendida historia actual ambientada a comienzos de los años sesenta (coches, casas, muebles, costumbres, ambientes...)? Porque en la película se quiere exponer lo que podría ser un caso de emigración-persecución años 2000 con toda una parafernalia que cruje de principio a fin. Eso sí, aparecen los actuales euros y algún teléfono móvil de los 90. ¿A qué viene ese dislate?
  • ¿Cómo creerse que un chaval salga corriendo lentamente y sin ganas del contenedor en el que viene escondido delante de una docena de policías (que han ido hasta allí para apresar a los emigrantes) y la policía lo deje pasar a su lado sin inmutarse, pero 20 segundos después, para hacernos saber lo malo y descerebrados que son los agentes, quiera dispararle?
  • ¿Cómo creerse toda la pantomima final en la que participa la planta entera de un hospital, montada sólo para que pensemos que "los milagros existen" y la mujer del protagonista  (pánfila donde las haya), que es una enferma terminal de cáncer y que se cura en un par de semanas?
  • ¿Cómo creerse la inoperancia de una policía que recibe desde el primer día el chivatazo de dónde se encuentra alojado el pobre chaval y que no pasa a mirarlo, pero sí da muchas vueltas por otros lugares?
  • ¿Cómo creerse la existencia de un personaje que es muy bueno, pero que no paga nunca el pan y, en cambio, sale todas las noches a tomarse una copa de vino, que es más caro?
  • ¿Cómo creerse la escena de la zapatería? Yo, cuando era pequeño, veía limpiabotas al lado de las grandes zapaterías porque eran actividades complementarias.
  • ¿Cómo creerse que la policía monte en ningún lugar del mundo semejante operativo para perseguir a un adolescente al que ha dejado escapar como si fuera la única actividad a la que tiene que dedicarse?
  • ¿Cómo creerse que pueda colar la chorrada del albino? Y lo peor es que esta sería la anécdota más divertida de toda la película, si la película se hubiera hecho dentro de los parámetros del humor surrealista o del esperpento (ya podría el director aprender un poco de Valle-Inclán).
No sigo porque sería enojoso enunciar la falsedad de cada una de las escenas. Lo que resulta preocupante es que una parte de la crítica la haya calificado de obra maestra y se ampare en la palabra cuento y fábula. Quizá no saben que contar un cuento requiere los elementos del cuento para hacerlo creíble (Cenicienta resulta ser un estupendo cuento porque nunca se sale del ámbito ni de los parámetros del cuento fantástico), y que no son los mismos mimbres los de la narración fantástica que los de la denuncia social, o la historia realista, o los del realismo fantástico, o lo que sea que se quiera contar. 

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