domingo, 6 de octubre de 2013

UN CUENTO TRISTE

Aquel día el bochorno era grande y no estaba el ambiente como para concentrarse en un examen. A Paco las gotas de sudor le recorrían toda la superficie del cuerpo y aquella mesa en la que le habían instalado era ridículamente pequeña para su espléndida humanidad de unos 30 años, casi 1,90 de estatura y más de 120 kilos de peso. No cesaba de resoplar y hacer ruidos varios. La profesora encargada de la prueba de nivel para decidir en qué curso se matriculaba a cada uno de los alumnos se acercó hasta él y le preguntó si se encontraba bien. 

—No, claro que no estoy bien. Hace un calor asqueroso y a mí me da igual dónde me pongáis.

La profesora le dio la razón en lo del calor e inmediatamente intentó justificar lo de hacer la prueba comentándole que era bueno colocar a cada alumno en el nivel idóneo, para que a lo largo del curso pudieran encontrarse cómodos con respecto a los estudios y lo mejor atendidos que fuera posible. Paco asintió con la cabeza, pero sin dudarlo un instante se levantó, le entregó las hojas y le preguntó si podía hablar un momento con ella. 

—Claro que sí.

Salieron al pasillo y allí Paco pareció encontrar un cierto alivio a sus sofocos. Más calmado, preguntó a la profesora si podía serle totalmente sincero. Ésta, aunque no del todo convencida, le dijo que sí, que para eso estaba allí, para escuchar las necesidades de los futuros alumnos.

—Mira, a mí me da igual en qué nivel me pongáis. Yo no quiero títulos, ni me hacen faltan para nada. Yo vengo aquí por otra cosa.

Ella, sorprendida y un poquito recelosa, le comentó que si no tenían elementos para calibrar lo que él sabía, tendrían que colocarlo en el primer curso y que, en ese caso, ella iba a ser su tutora.

—¡Ah, de puta madre! Pues entonces te cuento ya lo que me pasa, como vas a ser mi tutora...

La profesora tembló por dentro ante tanta expansión afectiva. Paco, en cambio, continuó hablando sin percibir el más mínimo atisbo de temor en los ojos de ella.

—Mira, es que yo soy esquizofrénico y, entonces, los siquiatras me han dicho que es bueno que me ocupe en cosas, que estudie, que haga actividades... Por eso quiero matricularme aquí, pero a mí no me hace falta para nada porque yo ya no tengo que trabajar.

Y siguió dándole explicaciones mientras el temblor interno de ella se convertía en un terremoto causado por el pánico ante el curso que se le avecinaba.

—¿Ya sabes lo de los militares esos que están por todas partes y te persiguen, no? Cualquier cosa que digas, ellos se enteran. Bueno, los siquis me han dicho que aquí no han llegado y que voy a estar bien.

Ella, más por sobreponerse que por afán asertivo, le dijo que lo entendía, que lo que él debía hacer era ocupar la cabeza en otras cosas que no fueran los militares

—Macho, lo has clavado, eso es lo que me dicen los siquis. ¡Qué buena eres!

Ella ni se sentía macho, ni tampoco buena, pero pensó que no era mal comienzo con un alumno que probablemente le iba a dar algún que otro dolor de cabeza durante el curso.

                                                         ***

Cuando apenas llevaban diez días de clases y Paco había dejado de presentarse después del segundo, ella le llamó por teléfono para interesarse por él y advertirle, si el caso lo requería, de que un número determinado de faltas injustificadas podía provocar la pérdida de matrícula. 

Después de identificarse, al otro lado del teléfono se oyó la explicación de una voz apocada:

—Es que tengo miedo, los militares ya saben donde está el centro.

2 comentarios:

  1. ¡Queremos más cuentos!

    Muchos más.

    La poesía puede esperar. Siempre va a estar ahí...

    diego.


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    1. ¡Hola, Diego!

      Gracias por tu comentario.

      Puede que alguno más caiga este año, porque la materia prima parece abundante.

      Un abrazo.

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