martes, 5 de noviembre de 2013

LA AURORA, DE GARCÍA LORCA

La aurora de Nueva York tiene
cuatro columnas de cieno
y un huracán de negras palomas
que chapotean las aguas podridas.

La aurora de Nueva York gime
por las inmensas escaleras
buscando entre las aristas
nardos de angustia dibujada.

La aurora llega y nadie la recibe en su boca
porque allí no hay mañana ni esperanza posible.
A veces las monedas en enjambres furiosos
taladran y devoran abandonados niños.

Los primeros que salen comprenden con sus huesos
que no habrá paraísos ni amores deshojados;
saben que van al cieno de números y leyes,
a los juegos sin arte, a sudores sin fruto.

La luz es sepultada por cadenas y ruidos
en impúdico reto de ciencia sin raíces.
Por los barrios hay gentes que vacilan insomnes
como recién salidas de un naufragio de sangre.

Elegir un poema de García Lorca es una tarea harto difícil. Todo Lorca me gusta y me gusta, además, con pasión. Creo que su mejor poema —desde un punto de vista técnico-estilístico— es el inmenso Llanto por Ignacio Sánchez Mejías, pero he seleccionado La aurora para este apartado porque tiene el don de la brevedad y de la contundencia metafórica, el encanto de lo primigenio y la sabia utilización de la imagen surrealista mezclada con el naturalismo más descarnado. 

Por cierto, sin tener que acudir a ensayos u otras obras de carácter académico, Wikipedia tiene una entrada dedicada a Poeta en Nueva York que está francamente bien para una primera aproximación.

Y si os interesa, tanto Loquillo como Vicente Mora tienen una interpretación musicada del poema.

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