domingo, 27 de julio de 2014

HABERMAS, un pensador para el consenso

Para José, y que él me perdone por invadir su terreno

Si la Filosofía es pasión por el conocimiento, "amor por la sabiduría", la verdad es que poco campo le queda al filósofo actual para ejercer ese impulso. De hecho, todas las ciencias son hijas de la Filosofía, de la que se han ido separando hace más o menos tiempo, pero entre todas han ido construyendo la casa del saber con más sólidos cimientos que los que la madre podía aportar. En realidad, hoy podemos preguntarnos qué espacio de investigación es el que le queda, dónde puede actuar para aportar algo al conocimiento colectivo. Habermas nos ofrece aquí una respuesta: la Filosofía puede ocuparse de aclarar los fundamentos racionales del conocimiento.

Desde que descubrí a Habermas en la década de los 80, siempre lo he tenido como uno de mis pensadores vivos favoritos. El otro que compartía posición tan destacada en mi ranking particular era Rawls y hace una docena de años que murió. Ambos se mueven en el terreno de la Ética y de la Filosofía política que, desde mi punto de vista, son los espacios desde los que el filósofo puede realmente resultar más interesante para el resto de la sociedad. Hoy los fundamentos del mundo se explican mejor desde la Física que desde la Metafísica o la Ontología.

Habermas nos ofrece en este texto una muy buena introducción a su pensamiento. El libro contiene cuatro apartados, cuatro trabajos breves, de lectura asequible a cualquier persona culta y que resultan suficientemente explícitos y desarrollados como para entender en qué consiste su teoría de la acción comunicativa sin intermediarios y sin tener que recurrir a la lectura de su más técnico, extenso, pero también plomizo Teoría de la acción comunicativa.

Dicho mal y pronto: Habermas fundamenta nuestro comportamiento moral (bueno, correcto, responsable...) en el diálogo. Si no somos capaces de decidir como sociedad cuáles son las normas por las que debemos regirnos —creencias, ideologías, costumbres distintas nos impiden ese acuerdo—, porque utilizamos códigos éticos diferentes, pongámonos a hablar y decidamos entre todos. Una decisión adoptada por todas y cada una de las personas que intervienen en el diálogo libremente desarrollado será el fundamento de nuestra acción.

Él lo dice así: De conformidad con la ética discursiva, una norma únicamente puede aspirar a tener validez cuando todas las personas a las que afecta consiguen ponerse de acuerdo en cuanto participantes de un discurso práctico (o pueden ponerse de acuerdo) en que dicha norma es válida (p 88).

Para que esto no se observe únicamente como elucubración teórica, quizás sea bueno recordar que la práctica, hoy muy extendida, de la resolución de conflictos a través de la mediación, se apoya en la teoría de la Ética del discurso.

El libro podéis encontrarlo hoy en la Editorial Trotta.

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