domingo, 24 de enero de 2016

DONOSTIA 2016: CAPITAL EUROPEA DE LA CULTURA

Ayer acudí con los amigos al acto central de inauguración de la capitalidad europea. Íbamos animados por la espectación que se había creado en torno al evento a lo largo de toda la semana. Que si secreto, que si espectacular, que si se necesitaba la participación de la ciudadanía...

Veamos: no se puede ofrecer un espectáculo que transcurre prácticamente a ras del suelo, cuando los espectadores están en el mismo nivel, porque así solo ven lo que ocurre los que se encuentran en primera línea. 

No se puede ofrecer actos parciales —herri kirolak/deportes populares vascos— que no se aprecian más allá de los cincuenta metros. Es absurdo que haya alguien produciendo música en directo —txalapartariak—, pero que no pueda oírse porque la música enlatada del evento lo impide. 

Es insultante que se convoque a la población para entonar todos juntos el Baga, biga como "la guinda del acto" (así lo anunciaba Hansel Cerezo) cuando lo que suena es una versión penosa en algún momento que no es el final. Lógicamente, ese inmenso coro de miles de voces no cantó.

Es cabreante darse cuenta de que en realidad se nos ha convocado para formar parte del atrezzo, porque en esta sociedad del espectáculo todo está concebido para que se retransmita a través de una pantalla. Así, enfocando lo que el guión marca y acompañando las imágenes con unos comentarios precisos, todo parece tener sentido... para el espectador que se encuentra en su casa. 

Sin embargo, todas las personas que habíamos ido de buena voluntad a disfrutar del espectáculo y a participar en él, nos encontramos con que no sabíamos por qué algunos, a lo lejos, agitaban los brazos; por qué alguien —que la inmensa mayoría ni tan siquiera distinguía— trepaba por los casetones del puente; no sabíamos por qué eso que parecía un inmenso y aburrido prólogo no terminaba y empezaba realmente el espectáculo. 

Y, para acabar, es insultante la utilización del público que acude ilusionado a participar en un evento al que hubiera sido muy fácil darle participación a través de una voz que hubiera ido contado con pequeñas frases dónde estábamos y qué podíamos hacer. Pero no, ese "diálogo" quedó para los que estaban en un sofá viendo la pantalla. Penoso e irritante.



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