lunes, 22 de agosto de 2016

UNA BONITA HISTORIA SOBRE LIBROS Y POESÍA

Posiblemente la anécdota que cuenta El Libero no sea desconocida para los chilenos ni para los estudiosos de la vida y obra de Neruda, pero seguramente lo es para todos los que no estamos al tanto de los personajes de allá, ni tampoco de todas las vicisitudes del gran Pablo Neruda

Según cuenta el periódico digital, que a su vez toma la anécdota de la web de José Piñera, ex-ministro chileno, este tuvo que hacer de cartero para el poeta cuando en 1970 su padre le pidió que le llevara una edición especial del Canto General, editada en EEUU, traducida al inglés por Ben Belitt e ilustrada por Siqueiros.

El libro debía habérselo enviado la embajada chilena, pero como la edición era especial y las gestiones para mandarlo con la seguridad correspondiente habían fracasado, el padre de Piñera, embajador chileno en aquella época, le pidió que lo llevara personalmente. Y allá que se fue el entonces estudiante, con el tesoro entre los brazos, al que no abandonó hasta llegar a Isla Negra, donde residía el poeta.

La historia completa, con sus pequeños detalles, que son los que dan vida e interés a un pasaje, la podéis leer aquí. No os llevará más de tres minutos. Lo que me gusta de ella es el hilo de lealtades y cortesías que surge entre dos personajes, posiblemente antagónicos desde el punto de vista político, pero unidos por la poesía.

Y aquí tenéis el poema del que se cita la estrofa en la historia que narra Piñera. Es el sexto canto del apartado IX, QUE DESPIERTE EL LEÑADOR.

VI

PAZ para los crepúsculos que vienen,
paz para el puente, paz para el vino,
paz para las letras que me buscan
y que en mi sangre suben enredando
el viejo canto con tierra y amores,
paz para la ciudad en la mañana
cuando despierta el pan, paz para el río
Mississippi, río de las raíces:
paz para la camisa de mi hermano,
paz en el libro como un sello de aire,
paz para el gran koljós de Kíev,
paz para las cenizas de estos muertos
y de estos otros muertos, paz para el hierro
negro de Brooklyn, paz para el cartero
de casa en casa como el dia,
paz para el coreógrafo que grita
con un embudo a las enredaderas,
paz para mi mano derecha,
que sólo quiere escribir Rosario:
paz para el boliviano secreto
como una piedra de estaño, paz
para que tú te cases, paz para todos
los aserraderos de Bío Bío,
paz para el corazón desgarrado
de España guerrillera:
paz para el pequeño Museo de Wyoming
en donde lo más dulce
es una almohada con un corazón bordado,
paz para el panadero y sus amores
              y paz para la harina: paz
              para todo el trigo que debe nacer,
              para todo el amor que buscará follaje,
              paz para todos los que viven: paz
              para todas las tierras y las aguas.

Yo aquí me despido, vuelvo
a mi casa, en mis sueños,
vuelvo a la Patagonia en donde
el viento golpea los establos
y salpica hielo el Océano.
Soy nada más que un poeta: os amo a todos,
ando errante por el mundo que amo:
en mi patria encarcelan mineros
y los soldados mandan a los jueces.
Pero yo amo hasta las raíces
de mi pequeño país frío.
Si tuviera que morir mil veces
allí quiero morir:
si tuviera que nacer mil veces
allí quiero nacer,
cerca de la araucaria salvaje,
del vendaval del viento sur,
de las campanas recién compradas.
Que nadie piense en mí.
Pensemos en toda la tierra,
golpeando con amor en la mesa.
No quiero que vuelva la sangre
a empapar el pan, los frijoles,
la música: quiero que venga
conmigo el minero, la niña,
el abogado, el marinero,
el fabricante de muñecas,
que entremos al cine y salgamos
a beber el vino más rojo.

Yo no vengo a resolver nada.

Yo vine aquí para cantar
y para que cantes conmigo.

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