jueves, 1 de marzo de 2018

ODA A LA NIEVE QUE AYER NOS DEJÓ DISFRUTAR DE ELLA


Meléndez Valdés (1754-1817) fue, posiblemente, el mejor poeta del siglo XVIII español, que no destacó precisamente por su alta producción poética, porque quienes habitaron aquella época estaban más preocupados por el desarrollo social, económico y cultural del país —es la época de la Ilustración— que por la creación literaria.

En realidad, utilizo esta composición anacreóntica del pacense para ilustrar la nevada de ayer, que hizo que miles de personas nos echáramos a la calle con el único objetivo de disfrutar de ella. Y es que era un placer ir viendo la cara de satisfacción de la gente que se apresuraba a sacar de todos los rincones. Los más pequeños, en cambio, preguntaban si iban a tener colegio.


Es cierto que también causó contratiempos, que provocó muchísimos retrasos y que la circulación estuvo caótica. Pero un día es un día y no tenemos muchas oportunidades de disfrutar de un día de nieve al lado del mar. Así que dediquésmole una oda a la nieve.









Dame, Dorila, el vaso
lleno de dulce vino,
que sólo en ver la nieve
temblando estoy de frío.

Ella en sueltos vellones
por el aire tranquilo
desciende, y cubre el suelo
de cándidos armiños.

¡Oh! como el verla agrada,

seguros de su tiro,
deshecha en copos leves
bajar con lento giro!

Los árboles del peso
se inclinan oprimidos,
y alcorza delicado
parecen en el brillo.

Los valles y laderas,
de un velo cristalino
cubiertos, disimulan
su mustio desabrigo.


Mientras el arroyuelo,
con nuevas aguas rico,
saltando bullicioso
se burla de los grillos.

Sus surcos y trabajos
ve el rústico perdidos,
y triste no distingue
su campo del vecino.

Las aves enmudecen
medrosas en el nido
o buscan de los hombres
el mal seguro asilo.


Y el tímido rebaño
con débiles balidos
demanda su sustento
cerrado en el aprisco.

Pero la nieve crece,
y en denso torbellino
la agita con sus soplos
el aquilón maligno.

Las nubes se amontonan,
y el cielo de improviso
se entolda pavoroso 
de un velo más sombrío.

Dejémosla que caiga
Dorila, y bien bebidos,
burlemos sus rigores
con dulces regocijos.

Bebamos y dancemos,
que ya el abril florido
vendrá en las blandas alas
del céfiro benigno.

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