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lunes, 6 de marzo de 2017

CONTRA LA PENA DE MUERTE, y 16

Con esta entrada doy fin a la serie. 

La pena de muerte ha sido un tema ampliamente tratado y denunciado por el mundo del cine. La películas que se han realizado sobre el tema superan en número muy ampliamente los trabajos realizados sobre el mismo tema en cualquier otro campo artístico. Este es un listado no exhaustivo de títulos:

De entre todas ellas, Pierrepoint, el verdugo está basada en la vida de un verdugo real, el último hombre que ejecutó la horca en Gran Bretaña durante los años 30 del siglo XX. Este hombre publicó su autobiografía en 1974. En ella se puede leer lo siguiente:

Si la muerte fuera un factor de disuasión, sería de esperar que yo me hubiera enterado. He sido yo el último en estar cara a cara con ellos, hombres y mujeres jóvenes, trabajadores, abuelas. Me llenaba d easombro ver el valor con el que emprendían el camino hacia lo desconocido. Todos los hombres y mujeres ante los que he estado cara a cara en el momento definitivo me han convencido de que, con lo que yo hacía, no he evitado ni un solo asesinato. Si la muerte no sirve para disuadir a una persona en concreto, no hay por qué creer que vaya a disuadir a nadie.

En estos momentos estoy convencido de que ni una sola de los centenares de ejecuciones que he llevado a cabo ha servido de elemento disuasorio de ningún asesinato futuro. Desde mi punto de vista, con la pena capital no se obtiene nada, excepto venganza.

Tráiler de la película:

jueves, 23 de febrero de 2017

CONTRA LA PENA DE MUERTE, 15 (Al alba)

Todos cuantos escuchábamos en aquel tiempo sin mediación ninguna y por primera vez Al albasabíamos que se trataba de una canción de amor, pero no siempre el significado de un texto pertenece a quien lo escribe. Nos apropiamos de las palabras cada vez que las leemos. En este caso, la comunidad castellanoparlante se apropió de la canción de Aute y decidió otorgarle un significado metafórico, hasta tal punto que si preguntáramos hoy por una canción que exprese el dolor que sentimos ante la barbarie de la pena de muerte, la inmensa mayoría diríamos que Al alba. El propio Aute asumió hace ya mucho tiempo que era así, y suele presentarla con mensajes similares al que aparece en esta grabación.



Si te dijera, amor mío,
que temo a la madrugada,
no sé qué estrellas son 
estas 
que hieren como amenazas, 
ni sé qué sangra la luna
al filo de su guadaña.
Presiento que tras la noche
vendrá la noche más larga,
quiero que no me abandones
amor mío, al alba,
al alba, al alba, al alba, al alba.

Los hijos que no tuvimos
se esconden en las cloacas,
comen las últimas flores,
parece que adivinaran
que el día que se avecina
viene con hambre atrasada.

Presiento que tras la noche
vendrá la noche más larga,
quiero que no me abandones
amor mío, al alba,
al alba, al alba, al alba, al alba.

Miles de buitres callados
van extendiendo sus alas,
no te destroza, amor mío,
esta silenciosa danza,
maldito baile de muertos,
pólvora de la mañana.

Presiento que tras la noche
vendrá la noche más larga,
quiero que no me abandones
amor mío, al alba,
al alba, al alba, al alba, al alba.

lunes, 20 de febrero de 2017

CONTRA LA PENA DE MUERTE, 12 (El de la tres)

De las canciones pertenecientes a la serie Contra la pena de muerte, esta de Patxi Andión es la menos popular de todas, apenas conocida por sus seguidores. 

Según contó el mismo autor, surgió cuando estaba en Miami y vio un documental en la televisión sobre todo lo que rodeaba a una ejecución. La impresión que le causó dicho documental hizo surgir la canción.

Hay miedo de amanecer en el murmullo de afuera
y una carta a medio hacer. El de la tres espera.
Vela el silencio hecho hombre tendido en la litera,
mirando un cristo sin nombre, el de la tres, espera.
Antes no sé lo que era, a lo mejor tuvo un perro,
o un trabajo cualquiera o, simplemente, solo era.
Las sombras se han perfilado, ya suben por la escalera,
les abre paso un candado, el de la tres 

está terminando su espera.
Unos levantan la manos, otros ni miran siquiera
son su verdad, sus hermanos, 
sus compañeros de espera.
Antes no sé lo que era, a lo mejor tuvo un perro,
o un trabajo cualquiera o, simplemente, solo era.
Una puerta que se cierra. Un desinfectante espeso.
Nada ha pasado en la Tierra, salvo
la muerte de un preso.




Si no estoy confundido, el vídeo está grabado en un homenaje a las víctimas del franquismo en el cementerio de la Almudena, Madrid, el 14 de abril de 2016..

domingo, 19 de febrero de 2017

CONTRA LA PENA DE MUERTE, 11 (Diguem no)

El cantautor valenciano Raimon es un símbolo de la canción de resistencia ante el régimen franquista y uno de los máximos representantes de la Nova Canço

Una de sus primeras canciones es Diguem no, que pronto se convirtió en una especie de himno de rebeldía ante el régimen dictatorial. Es una invitación a rechazar la violencia, la injusticia, la represión, todo lo que representaba la dictadura, y, por supuesto, la pena de muerte. Es una invitación a decir no a todas las sinrazones del poder.

Ahora que estamos juntos
diré lo que tú y yo sabemos
y que a menudo olvidamos:

Hemos visto al miedo
ser ley para todos.
Hemos visto a la sangre
—que sólo hace sangre—
ser ley del mundo.

No,
yo digo no,
digamos no.
Nosotros no somos de ese mundo.

Hemos visto al hambre
ser pan
para todos.

Hemos visto que han
hecho callar.
a hombres llenos de razón.

No,
yo digo no,
digamos no.
Nosotros no somos de ese mundo.

No,
digamos no.
Nosotros no somos de ese mundo.

Hemos visto al hambre
ser pan
para los trabajadores.

Hemos visto encerrados
en la prisión
a hombres llenos de razón.

sábado, 18 de febrero de 2017

CONTRA LA PENA DE MUERTE, 10 (Strange fruit)

Si hay alguna canción que va más allá del hecho musical esta es, sin duda, Strange fruit, compuesta y escrita en 1939 por Abel Meeropol para la gran Billie Holliday. Con este tema solía cerrar sus actuaciones. Con ella salía tan afectada que, según confiesa en sus memorias, se quedaba sin fuerzas.

Si cualquier pena de muerte es un atentado contra la justicia, el linchamiento lo es doblemente por la perversión social que implica. Las minorías, los grupos sociales más débiles, las personas más expuestas por salirse de la norma lo saben bien.

Según cuenta Carlos Marcos en un artículo —no dejéis de leerlo—, la primera vez que Holliday interpretó esta canción, nada más terminar, el público se quedó mudo y ella tuvo que salir a vomitar, tal es la densa y amarga carga que tranfiere.

Se han hecho infinidad de interpretaciones (Nina Simone, Annie Lennox, Diana Ross, Natalia Mateo, Amy Winehouse, John Legend, Sting...). Todas bellísimas y estremecedoras. Con que tecleéis en YouTube Strange fruit os apareceran unas cuantas. Dejo aquí la primera, la original, la de Billie Holliday.






Southern trees bear a strange fruit,
Blood on the leaves and blood at the root,
Black bodies swinging in the southern breeze,
Strange fruit hanging from the poplar trees.

Pastoral scene of the gallant south,
The bulging eyes and the twisted mouth,
Scent of magnolias, sweet and fresh,
Then the sudden smell of burning flesh.

Here is fruit for the crows to pluck,
For the rain to gather, for the wind to suck,
For the sun to rot, for the trees to drop,
Here is a strange and bitter crop.

De los árboles del sur cuelga una fruta extraña.
Sangre en las hojas, y sangre en la raíz.
Cuerpos negros balanceándose en la brisa sureña.
Extraña fruta cuelga de los álamos.

Escena pastoral del valiente sur.
Los ojos saltones y la boca retorcida.
Aroma de las magnolias, dulce y fresco.
Y el repentino olor a carne quemada.

Aquí está la fruta para que la arranquen los cuervos.
Para que la lluvia la tome, para que el viento la aspire.
Para que el sol la pudra, para que los árboles la dejen caer.
Esta es una extraña y amarga cosecha.

viernes, 17 de febrero de 2017

CONTRA LA PENA DE MUERTE, 9 (Here's to you)

Retomo la serie que inicié en enero, y para enlazar con ella nada mejor que adentrarnos en el universo musical, generoso y prolífico a la hora de manifestarse sobre este tema.

Joan Baez es mundialmente conocida por su militancia en la defensa de los derechos civiles, por su postura contra la guerra de Vietnam y porque en los años 70 no había adolescente que no supiera cantar alguna de sus canciones.

Tal vez sea menos conocido que junto a Ennio Morriconne se encargó de la banda sonora de la película Sacco y Vanzetti, que es en sí misma un monumento contra la pena de muerte. 

Una de las canciones que allí sonaban cobró vida más allá de la película y se convirtió en símbolo de la lucha por la abolición de la pena de muerte. Era la famosa Here's to you




Here's to you, Nicola and Bart .................Va por vosotros, Nicola y Bart.
Rest forever here in our hearts.................Descansad para siempre aquí, en                                                                     nuestros corazones
The last and final moment is yours...........El momento último y final es vuestro
That agony is your triumph......................Esa agonía es vuestro triunfo.

domingo, 22 de enero de 2017

CONTRA LA PENA DE MUERTE, 8

María Elena Walsh (1930-2011) publicó por primera vez el poema que reproduzco aquí en el diario Clarín (Buenos Aires), el 12 de septiembre de 1991. Hoy podéis encontrarlo en miles de sitios en internet.

Seguramente es el texto poético que mejor recoge el horror legal practicado por la humanidad a lo largo de su historia en sus diferentes modalidades. Leedlo con atención.


LA PENA DE MUERTE

Fui lapidada por adúltera. Mi esposo, que tenía manceba en casa y fuera de ella, arrojó la primera piedra, autorizado por los doctores de la ley y a la vista de mis hijos.

Me arrojaron a los leones por profesar una religión diferente a la del Estado.

Fui condenada a la hoguera, culpable de tener tratos con el demonio encarnado en mi pobre cuzco negro, y por ser portadora de un lunar en la espalda, estigma demoníaco.

Fui descuartizado por rebelarme contra la autoridad colonial.

Fui condenado a la horca por encabezar una rebelión de siervos hambrientos. Mi señor era el brazo de la Justicia.

Fui quemado vivo por sostener teorías heréticas, merced a un contubernio católico-protestante.

Fui enviada a la guillotina porque mis Camaradas revolucionarios consideraron aberrante que propusiera incluir los Derechos de la Mujer entre los Derechos del Hombre.

Me fusilaron en medio de la pampa, a causa de una interna de unitarios.

Me fusilaron encinta, junto con mi amante sacerdote, a causa de una interna de federales.

Me suicidaron por escribir poesía burguesa y decadente.

Fui enviado a la silla eléctrica a los veinte años de mi edad, sin tiempo de arrepentirme o convertirme en un hombre de bien, como suele decirse de los embriones en el claustro materno.

Me arrearon a la cámara de gas por pertenecer a un pueblo distinto al de los verdugos.

Me condenaron de facto por imprimir libelos subversivos, arrojándome semivivo a una fosa común.

A lo largo de la historia, hombres doctos o brutales supieron con certeza qué delito merecía la pena capital. Siempre supieron que yo, no otro, era el culpable. Jamás dudaron de que el castigo era ejemplar. Cada vez que se alude a este escarmiento la Humanidad retrocede en cuatro patas. 

***
Y para quien no conozca a la escritora, o para quien la conozca, pero quiera recordar su voz melódica y su pausado hablar, aquí os dejo este hermoso documental que realizaron Virna Molino y Ernesto Ardito en 2012.


sábado, 21 de enero de 2017

CONTRA LA PENA DE MUERTE, 7

Imagen tomada de Pontos de Vista
Ahora bien, por una infeliz contradicción de su naturaleza, ese hombre, que tiene en el don de la vida su única oportunidad de salvación terrena, que con tanto terror se aleja de la muerte que lo ronda día a día, siempre atenta a interrumpirle los sueños e iniciativas, que, ayudándose de todas las armas y ciencias, la combate a escala local y a escala mundial, en un esfuerzo titánico de conservación singular y plural, hizo de ella y hace todavía en muchos lugares de la tierra, instrumento de castigo. Electrocuta, decapita, fusila o ahorca en nombre de la justicia, en una ceguera que se extiende hasta la propia imagen de la potestad a la que dice servir, representada significativamente con los ojos vendados en los templos jurídicos. En un sadismo que no solo lo niega físicamente, sino que también arruina la majestuosa construcción ética que representa, el hombre cambia con ligereza la toga impoluta de magistrado por la sucia casaca de verdugo.

Miguel Torga (1907-1995) abrió con un discurso del que he entresacado este párrafo el Coloquio internacional comemorativo do centenario de aboliçao da pena de morte em Portugal. Era el 11 de septiembre de 1967, lo que quiere decir que Portugal fue uno de los primeros países en abolirla.

El texto completo podéis descargarlo en Dialnet (https://dialnet.unirioja.es/descarga/articulo/174818.pdf).

viernes, 20 de enero de 2017

CONTRA LA PENA DE MUERTE, 6

No habrá paz durable, ni en el corazón de los individuos ni en las costumbres de las sociedades, hasta que la muerte no sea excluida de la ley.

Con estas palabras cierra Albert Camus uno de los trabajos más brillantes del siglo XX sobre la pena capital, Reflexiones sobre la guillotina, publicado en 1957, año en que le dieron el Premio Nobel

Lo editó por primera vez en castellano la casa argentina Emecé, en 1960. Bajo el título de La pena de muerte aparecían dos ensayos, el de Camus y Reflexiones sobre la horca, de Arthur Koestler. Ambos merecen ser leídos con detenimiento. Ambos conservan todavía, y por desgracia, una plena actualidad. Hoy se pueden encontrar editados por Capitán Swing.

Podéis leer el breve —45 páginas— e intenso ensayo de Camus, en traducción de Miguel Salahert, desde aquí.

jueves, 19 de enero de 2017

CONTRA LA PENA DE MUERTE, 5

Disponible en la BNE
Tomás Bernal y Lozano, abogado en la España del siglo XIX, publicó en 1855 este trabajo en el que reclamaba la abolición de la pena de muerte. Cada vez eran más las voces que desde los grupos relacionados con la actividad judicial pedían la desaparición de la pena capital. En él se puede leer lo siguiente:

¡Insensatos! ¿De qué os sirven los suplicios? Matáis al hombre, y no matáis al crimen.

Hay castigos más eficaces y más ejemplares que la muerte: el día que se impongan será una verdad la expiación, y la justicia dejará de ser una rebelión contra la justicia.

La pena de muerte es el instinto brutal de la justicia material, el instinto del brazo que se levanta y hiere a quien ha herido.

miércoles, 18 de enero de 2017

CONTRA LA PENA DE MUERTE, 4

Mariano José de Larra (1809-1837) fue uno de los primeros escritores españoles en criticar de manera pública la pena de muerte. En este artículo —disculpad la longitud de la entrada, pero no me ha parecido adecuado cortar nada— denuncia el sinsentido de la pena capital, que envilece a la sociedad que la practica y que, para colomo, la convertía en espectáculo público.

Apareció en la Revista Mensajero el 30 de marzo de 1835.



Un reo de muerte

Cuando una incomprensible comezón de escribir me puso por primera vez la pluma en la mano para hilvanar en forma de discurso mis ideas, el teatro se ofreció primer blanco a los tiros de esta que han calificado muchos de mordaz maledicencia. Yo no sé si la humanidad bien considerada tiene derecho a quejarse de ninguna especie de murmuración, ni si se puede decir de ella todo el mal que se merece; pero como hay millares de personas seudofilantrópicas, que al defender la humanidad parece que quieren en cierto modo indemnizarla de la desgracia de tenerlos por individuos, no insistiré en este pensamiento. Del llamado teatro, sin duda por antonomasia, dejeme suavemente deslizar al verdadero teatro; a esa muchedumbre en continuo movimiento, a esa sociedad donde sin ensayo ni previo anuncio de carteles, y donde a veces hasta de balde y en balde se representan tantos y tan distintos papeles.

Descendí a ella, y puedo asegurar que al cotejar este teatro con el primero, no pudo menos de ocurrirme la idea de que era más consolador éste que aquél; porque al fin, seamos francos, triste cosa es contemplar en la escena la coqueta, el avaro, el ambicioso, la celosa, la virtud caída y vilipendiada, las intrigas incesantes, el crimen entronizado a veces y triunfante; pero al salir de una tragedia para entrar en la sociedad puede uno exclamar al menos: «Aquello es falso; es pura invención; es un cuento forjado para divertirnos»; y en el mundo es todo lo contrario; la imaginación más acalorada no llegará nunca a abarcar la fea realidad. Un rey de la escena depone para irse a acostar el cetro y la corona, y en el mundo el que la tiene duerme con ella, y sueñan con ella infinitos que no la tienen. En las tablas se puede silbar al tirano; en el mundo hay que sufrirle; allí se le va a ver como una cosa rara, como una fiera que se enseña por dinero; en la sociedad cada preocupación es un rey; cada hombre un tirano; y de su cadena no hay librarse; cada individuo se constituye en eslabón de ella; los hombres son la cadena unos de otros.

De estos dos teatros, sin embargo, peor el uno que el otro, vino a desalojarme una farsa que lo ocupó todo: la política. ¿Quién hubiera leído un ligero bosquejo de nuestras costumbres, torpe y débilmente trazado acaso, cuando se estaban dibujando en el gran telón de la política, escenas, si no mejores, de un interés ciertamente más próximo y positivo? Sonó el primer arcabuz de la facción, y todos volvimos la cara a mirar de dónde partía el tiro; en esta nueva representación, semejante a la fantasmagórica de Mantilla, donde empieza por verse una bruja, de la cual nace otra y otras, hasta «multiplicarse al infinito», vimos un faccioso primero, y luego vimos «un faccioso más», y en pos de él poblarse de facciosos el telón. Lanzado en mi nuevo terreno esgrimí la pluma contra las balas, y revolviéndome a una parte y otra, di la cara a dos enemigos: al faccioso de fuera, y al justo medio, a la parsimonia de dentro. ¡Débiles esfuerzos! El monstruo de la política estuvo encinta y dio a luz lo que había mal engendrado; pero tras éste debían venir hermanos menores, y uno de ellos, nuevo Júpiter, debía destronar a su padre. Nació la censura, y heme aquí poco menos que desalojado de mi última posición. Confieso francamente que no estoy en armonía con el reglamento; respétole y le obedezco: he aquí cuanto se puede exigir de un ciudadano, a saber, que no altere el orden; es bueno tener entendido que en política se llama «orden» a lo que existe, y que se llama «desorden» este mismo «orden» cuando le sucede otro «orden» distinto; por consiguiente, es perturbador el que se presenta a luchar contra el orden existente con menos fuerzas que él; el que se presenta con más, pasa a «restaurador», cuando no se le quiere honrar con el pomposo título de «libertador». Yo nunca alteraré el orden probablemente, porque nunca tendré la locura de creerme por mí solo más fuerte que él; en este convencimiento, infinidad de artículos tengo solamente rotulados, cuyo desempeño conservo para más adelante; porque la esperanza es precisamente lo único que nunca me abandona. Pero al paso que no los escribiré, porque estoy persuadido de que me los habían de prohibir (lo cual no es decir que me los han prohibido, sino todo lo contrario, puesto que yo no los escribo), tengo placer en hacer de paso esta advertencia, al refugiarme, de cuando en cuando, en el único terreno que deja libre a mis correrías el temor de ser rechazado en posiciones más avanzadas. Ahora bien, espero que después de esta previa inteligencia no habrá lector que me pida lo que no puedo darle; digo esto porque estoy convencido de que ese pretendido acierto de un escritor depende más veces de su asunto y de la predisposición feliz de sus lectores que de su propia habilidad. Abandonado a ésta sola, considérome débil, y escribo todavía con más miedo que poco mérito, y no es ponderarlo poco, sin que esto tenga visos de afectada modestia.

Habiendo de parapetarme en las costumbres, la primera idea que me ocurre es que el hábito de vivir en ellas, y la repetición diaria de las escenas de nuestra sociedad, nos impide muchas veces pararnos solamente a considerarlas, y casi siempre nos hace mirar como naturales cosas que en mi sentir no debieran parecérnoslo tanto. Las tres cuartas partes de los hombres viven de tal o cual manera porque de tal o cual manera nacieron y crecieron; no es una gran razón; pero ésta es la dificultad que hay para hacer reformas. He aquí por qué las leyes difícilmente pueden ser otra cosa que el índice reglamentario y obligatorio de las costumbres; he aquí por qué caducan multitud de leyes que no se derogan; he aquí la clave de lo mucho que cuesta hacer libre por las leyes a un pueblo esclavo por sus costumbres.

Pero nos apartamos demasiado de nuestro objeto; volvamos a él; este hábito de la pena de muerte, reglamentada y judicialmente llevada a cabo en los pueblos modernos con un abuso inexplicable, supuesto que la sociedad al aplicarla no hace más que suprimir de su mismo cuerpo uno de sus miembros, es causa de que se oiga con la mayor indiferencia el fatídico grito que desde el amanecer resuena por las calles del gran pueblo, y que uno de nuestros amigos acaba de poner atinadísimamente por estribillo a un trozo de poesía romántica:

                ¡Para hacer bien por el alma
                del que van a ajusticiar!

Ese grito, precedido por la lúgubre campanilla, tan inmediata y constantemente como sigue la llama al humo, y el alma al cuerpo; este grito que implora la piedad religiosa en favor de una parte del ser que va a morir, se confunde en los aires con las voces de los que venden y revenden por las calles los géneros de alimento y de vida para los que han de vivir aquel día. No sabemos si algún reo de muerte habrá hecho esta singular observación, pero debe ser horrible a sus oídos el último grito que ha de oír de la coliflorera que pasa atronando las calles a su lado.

Leída y notificada al reo la sentencia, y la última venganza que toma de él la sociedad entera, en lucha por cierto desigual, el desgraciado es trasladado a la capilla, en donde la religión se apodera de él como de una presa ya segura; la justicia divina espera allí a recibirle de manos de la humana. Horas mortales transcurren allí para él; gran consuelo debe de ser el creer en un Dios, cuando es preciso prescindir de los hombres, o, por mejor decir, cuando ellos prescinden de uno. La vanidad, sin embargo, se abre paso al través del corazón en tan terrible momento, y es raro el reo que, pasada la primera impresión, en que una palidez mortal manifiesta que la sangre quiere huir y refugiarse al centro de la vida, no trata de afectar una serenidad pocas veces posible. Esta tiránica sociedad exige algo del hombre hasta en el momento en que se niega entera a él; injusticia por cierto incomprensible; pero reirá de la debilidad de su víctima. Parece que la sociedad, al exigir valor y serenidad en el reo de muerte, con sus constantes preocupaciones, se hace justicia a sí misma, y extraña que no se desprecie lo poco que ella vale y sus fallos insignificantes.

En tan críticos instantes, sin embargo, rara vez desmiente cada cual su vida entera y su educación; cada cual obedece a sus preocupaciones hasta en el momento de ir a desnudarse de ellas para siempre. El hombre abyecto, sin educación, sin principios, que ha sucumbido siempre ciegamente a su instinto, a su necesidad, que robó y mató maquinalmente, muere maquinalmente. Oyó un eco sordo de religión en sus primeros años y este eco sordo, que no comprende, resuena en la capilla, en sus oídos, y pasa maquinalmente a sus labios. Falto de lo que se llama en el mundo honor, no hace esfuerzo para disimular su temor, y muere muerto. El hombre verdaderamente religioso vuelve sinceramente su corazón a Dios, y éste es todo lo menos infeliz que puede el que lo es por última vez. El hombre educado a medias, que ensordeció a la voz del deber y de la religión, pero en quien estos gérmenes existen, vuelve de la continua afectación de despreocupado en que vivió, y duda entonces y tiembla. Los que el mundo llama impíos y ateos, los que se han formado una religión acomodaticia, o las han desechado todas para siempre, no deben ver nada al dejar el mundo. Por último, el entusiasmo político hace veces casi siempre de valor; y en esos reos, en quienes una opinión es la preocupación dominante, se han visto las muertes más serenas.

Llegada la hora fatal entonan todos los presos de la cárcel, compañeros de destino del sentenciado, y sus sucesores acaso, una salve en un compás monótono, y que contrasta singularmente con las jácaras y coplas populares, inmorales e irreligiosas, que momentos antes componían, juntamente con las preces de la religión, el ruido de los patios y calabozos del espantoso edificio. El que hoy canta esa salve se la oirá cantar mañana.

Enseguida, la cofradía vulgarmente dicha de la Paz y Caridad recibe al reo, que, vestido de una túnica y un bonete amarillos, es trasladado atado de pies y manos sobre un animal, que sin duda por ser el más útil y paciente, es el más despreciado, y la marcha fúnebre comienza.

Un pueblo entero obstruye ya las calles del tránsito. Las ventanas y balcones están coronados de espectadores sin fin, que se pisan, se apiñan, y se agrupan para devorar con la vista el último dolor del hombre.

–¿Qué espera esta multitud? –diría un extranjero que desconociese las costumbres–. ¿Es un rey el que va a pasar; ese ser coronado, que es todo un espectáculo para un pueblo? ¿Es un día solemne? ¿Es una pública festividad? ¿Qué hacen ociosos esos artesanos? ¿Qué curiosea esta nación?
Nada de eso. Ese pueblo de hombres va a ver morir a un hombre.

–¿Dónde va?
–¿Quién es?
–¡Pobrecillo!
–Merecido lo tiene.
–¡Ay!, si va muerto ya.
–¿Va sereno?
–¡Qué entero va!

He aquí las preguntas y expresiones que se oyen resonar en derredor. Numerosos piquetes de infantería y caballería esperan en torno del patíbulo. He notado que en semejante acto siempre hay alguna corrida; el terror que la situación del momento imprime en los ánimos causa la mitad del desorden; la otra mitad es obra de la tropa que va a poner orden. ¡Siempre bayonetas en todas partes! ¿Cuándo veremos una sociedad sin bayonetas? ¡No se puede vivir sin instrumentos de muerte! Esto no hace por cierto el elogio de la sociedad ni del hombre.

No sé por qué al llegar siempre a la plazuela de la Cebada mis ideas toman una tintura singular de melancolía, de indignación y de desprecio. No quiero entrar en la cuestión tan debatida del derecho que puede tener la sociedad de mutilarse a sí propia; siempre resultaría ser el derecho de la fuerza, y mientras no haya otro mejor en el mundo, ¿qué loco se atrevería a rebatir ése? Pienso sólo en la sangre inocente que ha manchado la plazuela; en la que la manchará todavía. ¡Un ser que como el hombre no puede vivir sin matar, tiene la osadía, la incomprensible vanidad de presumirse perfecto!

Un tablado se levanta en un lado de la plazuela: la tablazón desnuda manifiesta que el reo no es noble. ¿Qué quiere decir un reo noble? ¿Qué quiere decir garrote vil? Quiere decir indudablemente que no hay idea positiva ni sublime que el hombre no impregne de ridiculeces.

Mientras estas reflexiones han vagado por mi imaginación, el reo ha llegado al patíbulo; en el día no son ya tres palos de que pende la vida del hombre; es un palo sólo; esta diferencia esencial de la horca al garrote me recordaba la fábula de los Carneros de Casti, a quienes su amo proponía, no si debían morir, sino si debían morir cocidos o asados. Sonreíame todavía de este pequeño recuerdo, cuando las cabezas de todos, vueltas al lugar de la escena, me pusieron delante que había llegado el momento de la catástrofe; el que sólo había robado acaso a la sociedad, iba a ser muerto por ella; la sociedad también da ciento por uno: si había hecho mal matando a otro, la sociedad iba a hacer bien matándole a él. Un mal se iba a remediar con dos. El reo se sentó por fin. ¡Horrible asiento! Miré el reloj: las doce y diez minutos; el hombre vivía aún... De allí a un momento una lúgubre campanada de San Millán, semejante el estruendo de las puertas de la eternidad que se abrían, resonó por la plazuela; el hombre no existía ya; todavía no eran las doce y once minutos. «La sociedad –exclamé– estará ya satisfecha: ya ha muerto un hombre.»

martes, 17 de enero de 2017

CONTRA LA PENA DE MUERTE, 3

Concepción Arenal (1820-1893) fue una mujer preocupada en todo momento por mejorar la situación de los grupos y colectivos menos favorecidos. Esa inquietud y ese afán de justicia inmediatamente la llevaron a trabajar durante toda su vida a favor de la mujer y la consecución de la igualdad de derechos con el hombre, por un lado; por otro, a intentar mejorar la situación inhumana en que se encontraban los presos en las cárceles del siglo XIX.

En su trabajo El reo, el pueblo y el verdugo o la ejecución pública de la pena de muerte (1867), como gran humanista que era, se puede leer, al comienzo de la tercer parte, este párrafo referido al ejecutor de la pena, normalmente siempre olvidado en las discusiones y análisis sobre la pena de muerte, al margen siempre en los debates de los especialista.

Meditando sobre la pena de muerte, es imposible no preguntar si no debe haber algún vicio en la teoría de una ley cuya práctica lleva consigo la creación de un ser que inspira horror y desprecio; de una criatura degradada, vil, siniestra, cubierta de una ignominia que no tiene semejante; de un hombre, en fin, que se llama el verdugo. Cuando la ley arroja así a la opinión un hombre, una generación de hombres, para que la opinión la odie y le escarnezca, ¿la ley no comete un atentado de lesa justicia, de lesa dignidad humana? Las leyes, como los hombres, deben pensar lo primero en no hacer mal; el hacer bien viene después, y muy lejos. Asombra cómo el legislador puede escribir sin vacilar: "Habrá un verdugo en cada Audiencia". Es decir, habrá un hombre degradado, vil y maldito, cuya proximidad inspira horror, cuyo trato da vergüenza, y cuyos hijo son viles y degradados, y malditos como él. Imagínese cualquiera lo que pensaría, lo que sentiría, lo que haría si hubiera nacido hijo del verdugo. No tendría más alternativa que aceptar resueltamente la horrible herencia de su padre y tomar su oficio, o huir avergonzado del que le dio el ser, procurando ocultar su ignominia, envidiando a los expósitos, y engañando a la mujer amada para que no le rechace con horror y con vergüenza.

***
PS: Podéis ver un buen documental sobre su vida y su obra en este enlace.

lunes, 16 de enero de 2017

CONTRA LA PENA DE MUERTE, 2

Cesare Bonesana (1738-1794), más conocido como Cesare Beccaria, fue un ilustrado italiano cuyo trabajo en el campo de las leyes influyó notablemente en la reforma del derecho penal en Europa, que en aquel siglo XVIII no se ajustaba precisamente al principio de legalidad, sino a la caprichosa voluntad de quienes ejercían la justicia. 

Como curiosidad, el juego del amor y del azar dio como resultado que Manzoni, el autor de Los novios, obra cumbre de la literatura en italiano, fuera nieto suyo. En cambio, el siempre loable ejercicio del reconocimiento hizo que uno de los asteroides que pululan por el cinturón de tal tenga su nombre: 8935 Beccaria.

No es útil la pena de muerte por el ejemplo que da a los hombres de atrocidad. Si las pasiones o la necesidad de la guerra han enseñado a derramar la sangre humana, las leyes, moderadoras de la conducta de los mismos hombres, no debieran aumentar este fiero documento, tanto más funesto cuanto la muerte legal se da con estudio y pausada formalidad. Parece un absurdo que las leyes, esto es, la expresión de la voluntad pública, que detestan y castigan el homicidio, lo cometan ellas mismas, y para separar los ciudadanos del intento de asesinar ordenen un público asesinato. ¿Cuáles son las verdaderas y más útiles leyes? Aquellos pactos y aquellas condiciones que todos querrían observar y proponer mientras calla la voz (siempre escuchada) del interés privado o se combina con la del público. ¿Cuáles son los sentimientos de cada particular sobre la pena de muerte? Leámoslos en los actos de indignación y desprecio con que miran al verdugo, que en realidad no es más que un inocente ejecutor de la voluntad pública, un buen ciudadano que contribuye al bien de todos, instrumento necesario a la seguridad pública interior como para la exterior son los valerosos soldados. ¿Cuál, pues, es el origen de esta contradicción? ¿Y por qué es indeleble en los hombres este sentimiento en desprecio de la razón? Porque en lo más secreto de sus ánimos, parte que, sobre toda otra, conserva aún la forma original de la antigua naturaleza, han creído siempre que nadie tiene potestad sobre la vida propia, a excepción de la necesidad que con su cetro de hierro rige el universo.

¿Qué deben pensar los hombres al ver los sabios magistrados y graves sacerdotes de la justicia, que con indiferente tranquilidad hacen arrastrar un reo a la muerte con lento aparato; y mientras este miserable se estremece en las últimas angustias, esperando el golpe fatal, pasa el juez con insensible frialdad (y acaso con secreta complacencia de la autoridad propia) a gustar las comodidades y placeres de la vida?
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Podéis leer la obra completa o descargarla gratuitamente aquí.

sábado, 14 de enero de 2017

CONTRA LA PENA DE MUERTE, 1

Inicio con esta entrada una serie dedicada a reivindicar la abolición de la pena de muerte a través de textos, imágenes o cualquier otro material que pueda exponer aquí y que he ido guardando a lo largo del tiempo. Como lo que mejor conozco es la literatura, serán textos de diferentes autores los que con mayor frecuencia aparezcan, pero también habrá aportaciones de otras disciplinas y manifestaciones artísticas. El célebre escritor francés Victor Hugo, abolicionista militante del siglo XIX, será quien la inicie.

Y creéis que porque una mañana levanten una horca en sólo unos minutos, porque le pongan la soga al cuello, porque un alma escape de un cuerpo miserable entre los gritos del condenado, ¡todo se arreglará! ¡Mezquina brevedad de la justicia humana! (...) Nosotros, hombres de este gran siglo, no queremos más suplicios. No los queremos para el inocente ni para el culpable. Lo repito, el crimen se repara con el remordimiento y no con un hachazo o un nudo corredizo. La sangre se lava con lágrimas y no con sangre.

Escritos sobre la pena de muerte, Ronsel, 2002.


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PS: Si conocéis poemas, canciones, obras pictóricas, vídeos..., cualquier elemento artístico que pueda introducir aquí, os agradecería vuestra colaboración. Muchas gracias.