Mostrando entradas con la etiqueta Cuentos de Diego. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Cuentos de Diego. Mostrar todas las entradas

domingo, 2 de agosto de 2009

VIDA POR LIGA

(Vida por liga es un cuento de Diego Consuegra)


Lo que me estaba ofreciendo aquella desconocida era de una sencillez horrorosa:
Cambiar vida por liga. Días de mi vida porque el Madrid recuperase los 12 puntos que le llevaba el Barcelona. Días de mi vida por ganar la liga...

Estaba viendo el partido contra el Villarreal en la Peña Vikinga y en medio del griterío general se hizo un extraño silencio. Todo el mundo estaba mirando fijamente a la puerta que se acababa de abrir. No tardé mucho en darme cuenta de que el silencio se debía a que los corazones y los pulsos de todos nosotros se acababan de parar. No es que en la peña no hubiese mujeres, que las había, y mucho más forofas que los hombres, pero juro que no había ninguna como aquella, ni en la peña, ni en la calle, ni en el trabajo, y si me apuran, ni en las revistas. Vino derecha hacía mí y sonriéndome se
sentó a mi lado. Para aquel momento, entre la sorpresa y la emoción, babeaba de tal manera que me estaba mojando los zapatos. Era alta y con curvas de guitarra. Una mezcla de Ava Gadner, Marylin y Sofía Loren, que puestos a hacer mezclas no se me ocurre, ni creo que exista, una mejor. Morena como el infierno, ojos color miel como la que yo le untaría en todo el cuerpo, labios para morder y un cuerpo digno de dioses, aunque con el tiempo me di cuenta de que los dioses ni la cataban y sólo disfrutaban de ella demonios, satanes y belcebúes.

Cuando conseguí cerrar la boca, vi que me tendía su mano a la vez que me volvía a sonreír. Le alargué la mía y me fijé que tenía todas las uñas pintadas de blanco y un enorme anillo de oro que le tapaba medio anular, en el centro destacaba una perfecta S en color rojo ardiendo entre llamas. Era un anillo muy raro para aquella mujer y aunque nada me hacía sospechar de ella, supuse que lo habría robado. Entonces no supe el porqué, pero un escalofrío recorrió mi espalda.

- Me lo regaló un afortunado. El siguiente podrías ser tú....me dijo mientras se alisaba la falda y cruzaba las piernas. Dos. Las conté varias veces para cerciorarme.

Durante diez minutos seguimos mirando el partido sin dirigirnos la palabra. Yo estaba deseando hablar con ella pero "El Madrid es el Madrid" y como estaba atacando y jugando bien, me limitaba a mirar sus largas piernas (dos) torciendo los ojos. Me imaginaba en el césped del Bernabéu haciendo el amor rodeado de todos los títulos del Madrid, rodeado de copas y copas, de orejonas y de 100 años de historia. Había leído en el As que un jugador inglés había hecho el amor con su novia en el campo de su equipo con todas las luces encendidas, era una fantasía sexual que el jugador tenía y había cumplido su sueño, parece ser que en el equipo acabaron enterándose y, desagradecidos ellos, multándole por saltarse la normativa interna. Desde entonces me parecía que juntar en un mismo sitio las dos cosas que más me gustaban era lo máximo a lo que alguien podía aspirar. Y allí estaba yo con las copas volando a nuestro alrededor, ella se había empezado a desabrochar el primer botón de la camisa, el segundo, el....

Su voz me despertó. - En el minuto 26 te concedo un gol de Sergio Ramos, a pase de Robben, con la cabeza, de rebote en el cuerpo de Cazorla, me dijo al oído.

No le hice mucho caso y seguí alternando la visión deformada (creo que desde aquel día estoy estrábico) de sus pechos, piernas, piernas, pechos y el partido.
En el minuto 26 Robben cogió la pelota a la altura de la medular, avanzó unos 15 metros, centro medido y cabezazo de Ramos, el balón golpeó en la espalda de Cazorla y se coló dentro.

Todo el bar estalló de júbilo. Todos menos la mujer y yo. Le miré asombrado y me dijo:

- Tranquilo. Es fácil. Dentro de 14 minutos el segundo. Pepe, también de cabeza, a pase de Guti, por la escuadra derecha.

A partir de ese momento conté los segundos. A los catorce minutos, en el 40, vino el gol de Pepe exactamente como ella había dicho. Tampoco lo festejé, la volví a mirar y esta vez, para mí asombro, me dijo:

- ¿Quieres más o te vale un 2 a 0?

Estaba tan asustado que entre balbuceos incomprensibles pedí dos más. Uno de Raúl y otro de Robben. Se cumplieron los dos. El partido acabó 4 a 0 y mi curiosidad se impuso al miedo a lo que acababa de presenciar. Hacía unos segundos me encontraba al borde del infarto y todavía no sé porqué, pero cuando le hice la pregunta estaba extrañamente tranquilo y esta vino a mis labios como si fuese otro el que la hiciera.

- ¿Puedes ganar más partidos?
- Depende.
- ¿Depende de qué?
- De ti. De lo que estés dispuesto a darme.
- No tengo mucho dinero.
- No quiero dinero, quiero vida.
- ¿Como vida?
- Tu vida, quiero parte de tu vida, la que estés dispuesto a darme para ganar la liga.
-¿Estás loca ?
- No. Piensa en los meses que quedan hasta que acabe la liga. 7 maravillosos meses para disfrutar, para gozar cada fin de semana con la remontada. Piénsalo bien y valóralo en su justa medida. Tienes una semana. Nos vemos el sábado que viene aquí mismo, a la hora del partido contra Osasuna.

Se levantó sin decir nada más y se encaminó hacia la puerta. Un par de metros antes de alcanzarla se dio la vuelta, me miró, se tocó varias veces la sien con el dedo índice y luego me señaló.

Desde aquel momento hasta que la volví a ver a la semana siguiente, apenas dormí, no dejaba de dar vueltas a lo que me había dicho. Imaginaba quién podía ser, pero no tenía cuernos ni rabo y sí un imán que me atraía a ella sin remisión. A pesar del temor estaba dispuesto a hablar con ella. 7 meses de felicidad merecían por lo menos 7 meses de mi vida. Calculando que viviese 97 años merecía la pena vivir 7 meses menos por gozar de la victoria del Madrid. Decidí ofrecerle un mes. No sabía exactamente qué era lo que quería, pero si tenía que regatear era un buen comienzo. Me propuse no ofrecer más de siete meses, justo lo que faltaba hasta el final de la liga.

Llegó a la peña cinco minutos antes del partido. Yo llevaba sentado 1 hora. Se acercó a mí, me volvió a sonreír (todavía hoy recuerdo cada una de sus sonrisas) y me hizo la pregunta directamente:
- ¿Cuánta vida me ofreces?
- Un mes- dije sin mucha convicción.
Entonces ella, para mi sorpresa y gratitud eterna, hizo algo que nunca he olvidado. Me besó. Bueno, primero me besó, luego separó su cabeza lentamente dejando que su lengua fuese lo último en despedirse de mí y por último, mirándome con aquellos ojos de miel, me dijo:
- Siete, me ofreces siete meses y aunque no quisieras ofrecer nada más, llegarías a hacerlo sin dudar, pero no me gusta abusar de vosotros, me quedo con siete meses. Cuando llegue el momento vendré a buscarte. ¿Estás de acuerdo?
La palabra salió de mi boca rápidamente, ya que mi cerebro no intervino en ello, estaba muy ocupado con otros menesteres como segregar todo tipo de endorfinas y feromonas.
-Sí, dije sin dudarlo.
Me contestó como sólo ella sabía hacerlo. Se acercó a mi oído y al hacerlo noté el olor dulce de su pelo rozando mi cuello, pasó la lengua por el lóbulo, lo mordisqueó suavemente y me dijo susurrando:
-Vale, se cumplirán tus deseos, el Madrid ganará la liga, y para que empieces a disfrutar te regalo el primer gol de nuestro pacto.

Me dio la espalda, caminó varios pasos con aquellas largas piernas de siete leguas y un momento antes de salir me lanzó un beso juntando y alargando aquellos rojos labios, beso que como acababa de decirme coincidió con su primer regalo. Raúl marcó su gol número 307 con la oreja (ella lo había anticipado....), la peña estalló de júbilo y yo vi cerrarse la puerta detrás de aquella increíble mujer.
Tardé dos minutos más en darme cuenta de la estupidez que había hecho, me entró el miedo, un miedo cerval a la equivocación que acababa de cometer, a lo desconocido, a las consecuencias de mi estúpido acto. Hasta aquel momento no lo había visto claro, pero había sido un idiota por dejarla marchar, no volvería a verla hasta sabe Dios cuando y no podría vivir con ese peso. Tenía que volver a negociar. No podía dejar las cosas de esa manera. Me levanté de la silla y eché a correr, abrí la puerta de la peña y miré a derecha e izquierda. Ni rastro. Me lancé hacia la derecha y en el cruce con la siguiente calle, la vi a lo lejos. Corrí como nunca lo había hecho en mi vida. Llegué a su altura sin aliento, todavía estaba a tiempo de corregir el error. La miré fijamente a los ojos e imploré algo de lo que nunca me he arrepentido:
- ¿Y la décima?

sábado, 25 de julio de 2009

TIME STOP (6ª y última entrega)



Time stop es un cuento de Diego Consuegra
(foto tomada de elpais.com)




No se me había pasado por la cabeza volver donde el chino que me lo había vendido. Cuando lo hice y a pesar de mis miedos la tienda seguía en el mismo sitio. El “todo a cien” estaba igual que hacia dos años. Entré corriendo y encontré aquel anciano chino en el mismo mostrador. Inmóvil. Quieto. Con la misma estúpida sonrisa que el día que me lo vendió. Lo zarandeé, grité y golpeé varias veces haciéndole pagar por algo que sabía que tenía que pagar yo. Era inútil.
Desesperado rebusqué por todos los cajones otro reloj igual que el mío y no encontré ninguno. Busqué la pila y tampoco dio resultado.Pasé un par de días en el bazar rebuscando en todos los cajones, los armarios, las estanterías, dentro de todos los productos, en los bolsillos del chino…busque por todo el local, lo puse de arriba abajo y no conseguí nada.Pasaron otros dos meses y el mundo seguía parado. Todo parado menos yo. Era como cuando pides ser inmortal y el deseo se cumple para todos los demás. La perspectiva de ser inmortal era horrible viendo envejecer a los demás y la que a mí me sucedía era igual de horrible. Sólo había una persona en el mundo que envejecía y esa era yo. Había conseguido una eternidad imperfecta. Los días pasaban lentamente y mi desánimo iba en aumento. Había subido varias veces a la torre más alta de la ciudad pero no reunía el valor suficiente para saltar. A pesar de que no confiaba en mi mismo aquella mañana volví a intentarlo.

Estaba en la azotea, la ciudad se extendía a mis píes y un fuerte viento hacía que caminar hacia el borde del edificio me costase enormemente, tenía el viento de cara y cada paso que daba me suponía un gran esfuerzo. El viento hacía que mi ropa sonase y ese sonido mezclado con el de un anemómetro que giraba locamente hizo que estuviese a punto de desistir en un par de ocasiones, pero ya había tomado la decisión y no me podía echar atrás. No tenía fuerzas para seguir viviendo aquel infierno. Había llegado a mi límite y lo sabía.
Ahora sólo tenía que saltar y acabar con todo. Cuando conseguí llegar al borde, escalé la valla que me separaba del abismo y una vez superado aquel último obstáculo, me agarré a ella con una mano antes de lanzarme al vacío. Entre mí y la nada había unos 40 centímetros. Antes de hacerlo decidí hacer un último intento. Sacaría la pila por última vez y la volvería a colocar. El último cartucho. El último milagro.
Pegué todo lo que pude mi cuerpo a la valla e intenté quitarme el reloj de la muñeca, ya había soltado la hebilla, lo tenía en mi mano y estaba punto de abrir el compartimiento de la pila cuando una ráfaga de viento más fuerte que las demás hizo que se me resbalase.
Di un manotazo al aire intentando atraparlo pero fue inútil. Golpeó en el borde y se precipitó al vació. Aquel instintivo manotazo hizo que perdiese el equilibrio y cayese detrás del reloj.
Estaba hecho, el destino había querido que los dos nos estrellásemos al mismo tiempo. Había descendido unos 80 metros cuando lo vi. Mi peso hacía que cayese mucho más deprisa y se acercaba a mí rápidamente. Por mi velocidad calculé que me estrellaría antes que el reloj. A pesar de aquella frenética situación todo iba muy lento, no habían transcurrido más que un par de segundos, pero veía todo a cámara lenta, como una repetición, como uno de esos documentales en los que se ve cómo un felino atrapa a su presa. Seguía cayendo y el reloj seguía acercándose. Faltarían unos 50 metros para llegar al suelo y el reloj comenzó a brillar. Algo pasaba. No sabía qué, pero ya me daba igual. Todo me daba igual.
Primero con una tenue luz y luego con una mucho más cegadora el reloj se había convertido en una especie de cometa incandescente. A pesar de su fulgor seguía bajando a la misma velocidad y yo me seguía acercando.
Faltaban unos cinco metros y casi lo había alcanzado. Nos estrellaríamos a la vez. Acabaríamos juntos lo que juntos habíamos empezado.
Tenía el reloj medio metro debajo de mí e intenté alcanzarlo estirando el brazo. Justo cuando estaba a punto de conseguirlo el reloj golpeó el suelo, la luz desapareció y vi como se rompía en mil pedazos.
Y entonces sucedió. A veinte centímetros del suelo, a veinte centímetros del final, me quedé completamente inmóvil, tan inmóvil como el resto del mundo.
No noté nada, ningún golpe, ninguna parada brusca, nada. Absolutamente nada.
Pasaron diez minutos y lo único que seguía en movimiento era mi mente. Veía una y otra vez el reloj haciéndose pedazos y aunque sabía que estaba llorando no notaba las lágrimas.
El reloj se había destruido una décima de segundo antes que yo, una décima de segundo antes que la eternidad que me esperaba mirando aquella baldosa gris que me acompañaría siempre.

viernes, 24 de julio de 2009

TIME STOP (5ª parte)

Time stop es un cuento de Diego Consuegra


Al ver parado a Inzaghi con las piernas abiertas decidí empezar por él recreándome con un cañito marca de la casa, corrí 15 metros y unos dos antes de llegar le lancé un caño que no pasó por poco, golpeó en su pierna derecha y el balón retrocedió hacía mí, lo volví a intentar y esta vez golpeó en su pierna derecha y salió disparado hacia la izquierda. Como había empezado mal y no era cuestión de joder el gol del siglo, fui a por el balón y volví a la portería para comenzar de nuevo.

Empecé seis veces. Sí, lo confieso, a la sexta, lo conseguí a la sexta, soy muy malo y mi único contacto con el fútbol es el sofá y la grada, o sea, que lo conseguí a la sexta y de milagro. Animado por el tubito me lancé por Pirlo que estaba de espaldas y no me veía, llegué con la lengua fuera y eso que solo había recorrido 30 metros, me escoré un poco a la izquierda y un momento antes de llegar lo superé por la derecha, lo hice lentamente para recuperar el resuello y la fe en mi fútbol. Ya caliente, metido en faena y armado de valor me fui a por Gattuso, el cabrón de él, parado y todo, daba miedo, estaba a unos 20 metros y decidí echar el resto, me lancé como un poseso y cuando estaba a su altura decidí adornar la jugada haciendo una bicicleta y claro yo de bicicletas ni idea, como mucho había visto las de Robhino en la tele e intenté imitarle y hacer algo parecido. Creo que fue en la segunda pedalada cuando mi pie izquierdo tropezó con el derecho y me fui al suelo cuan largo como era. Quiso la mala suerte que a estas alturas de la jugada ya me encontrase al lado de Gattuso y al caer mi cabeza, concretamente mi ojo izquierdo, se estampó contra su codo. Yo me retorcía de dolor en el suelo y el cabrón de él ni se inmutó.


Pasaron varios minutos hasta que conseguí levantarme, lo hice muy lentamente, y la poca fuerza que me quedaba la empleé para estamparle una patada en los huevos que al menos hizo que recuperase mi maltrecha autoestima.

Recogí el balón y me fui caminando en busca de Dida, unos 10 metros antes de llegar me encontré con Maldini, dejé el balón en el suelo, me cuadré y le hice una reverencia, lo cortes no quita lo valiente, y Maldini se merece cientos.
Coloqué el esférico en las manos de Dida para que se le resbalase y volví a mi asiento, en el camino volví a reverenciar a Maldini, até los cordones a Seedorf le di una hostia a Nesta y otra patada en los huevos a Gattuso.
Me senté y aunque el dolor apenas me dejaba disfrutar del momento, coloqué de nuevo la pila para ver el gol.



Desde que me había asomado a la ventana no había vuelto a sentir un miedo tan atroz. Aquella vez fue por ver el mundo detenido. Está también. La diferencia es que ahora la pila ya estaba en el reloj. La pila estaba puesta y nada se movía. El reloj no funcionaba. Asustado saqué de nuevo la pila y la volví a colocar en su sitio. Nada. Todo seguía igual. Todo parado. La pila había perdido su brillo característico y el Time Stop ya no parpadeaba.
Pasé varias horas en el campo, sobrecogido, horrorizado, con los nervios destrozados y varias ideas martilleando mi cabeza.

Cuando se hizo de noche salí del Santiago Bernabeú y me encaminé hacia mi casa. Tardé media hora con una bicicleta que le quité de las piernas a un ciclista. Se quedó en una postura muy rara y por un momento imaginé su desconcierto cuando colocase la pila. El problema, mi gran problema, es que no sabía si conseguiría que el reloj volviese a funcionar. Esa noche no dormí y la siguiente tampoco. El ojo se me había amoratado de mala manera y no conseguía que bajase la hinchazón. Aunque mi cara era horrible, en aquellos momentos era lo que menos me preocupaba. El reloj seguía sin funcionar. Había sacado y metido la pila cientos de veces pero todo seguía inmóvil.

Pasaron cuatro angustiosos meses y el suicidio empezó a tomar forma. Una cosa era que el mundo se parase a mi voluntad y otra muy distinta que se parase para siempre. Necesitaba la vida. Detener el mundo sólo servía para que la vida fuese más interesante, más divertida. No quería el mundo parado, con el mundo parado nada tenía sentido. De repente aquel juego había dejado de serlo. Yo supuse que la pila era eterna, que el reloj era eterno, que el tiempo era perpetuo. Me equivocaba. Había cometido un tremendo error y algo me hacía pensar que era un error irremediable. El dinero, el poder, el ser dueño del tiempo me habían perdido para siempre. Ahora el horror se había convertido en el tiempo. El tiempo que solo pasaba para mí. El tiempo que me hacía envejecer y ver a todos siempre con la misma edad de aquel fatídico día de la final.

Continuará...

jueves, 23 de julio de 2009

TIME STOP (4ª parte)

Time stop es un cuento de Diego Consuegra.


Me levanté, le hice un corte de mangas y abrí la puerta de la oficina. Justo en el quicio grité bien alto para que todo el banco lo oyese un !Que te jodan¡ y salí del banco siendo el hombre más feliz del mundo.Un estupendo y eficaz bufete se encargó de cobrar mi talón, preservar mi intimidad y colocarlo en un banco suizo. Me mude a Cádiz, compré una maravillosa villa al lado del mar y empecé una nueva vida.
El dinero se malgasta fácil y rápido así que repetí lo del cupón a lo grande. Con un euro millón que se sorteaba en Zurizt y tenía un bote acumulado de 87 millones de euros. Acertaron. Gané.
Desde entonces hasta hoy en el Bernabeu han pasado cinco años. Tengo casas en cinco ciudades de los cinco continentes. Me he acostado con las mujeres más bellas del planeta. La mayoría de las veces he pagado. Poco, para ser más exactos, he pagado muy poco. Esto las primeras veces supuso una sorpresa para mí. Veía una nueva actriz en alguna serie de moda y en pocos días la tenía en mi cama. Las más famosas y deseadas no me costaron más de 600.000 euros, la mayoría por la mitad eran capaces de cualquier cosa. Repito, cualquier cosa.
Las de Holliwood eran más caras. Tenían más compradores y se ofrecían al mejor postor. Como ya les he dicho el tope lo pagué por Mónica Bellucci. Fueron 11 millones de euros bien empleados. Era normalita en la cama pero aquellas medias de redecilla negra, los ligueros a juego, el apretado corpiño y la cofia no los he olvidado nunca por dos motivos. El primero es que nunca he visto una mujer tan increíblemente sexy y el segundo que la hija de puta me sacó otros dos millones por la vestimenta....
Luego cuando veía alguna de aquellas "famosas" en las revistas de cotilleo con su novio de safari por Namibia, disfrutaba del momento y de mi intimidad con una buena copa de Champagne Cristal.
He usado el reloj unas 200 veces. Algunas de ellas para cosas ridículas y otras para trucar partidos, obtener más dinero (soy un manirroto) o ridiculizar a algún cabrón.
Esto último lo he hecho varias veces con indeseables de medio pelo. Parar el reloj, desnudarlos, ponerles el calzoncillo en la cabeza y una zanahoria en el culo. El efecto al "despertar" en medio de una calle abarrotada de gente con esas pintas es demoledor para su autoestima y muy gratificante para mí.

Y aquí estoy bajando los escalones hacia el Santiago Bernabéu, hacia la final de la Copa de Europa entre el Osasuna y el Milán. No se pueden imaginar lo que me ha costado. Primero que estos mantas ganasen la liga, que mira que son mantas, tuercebotas y tiramelones, y luego que llegasen a la final. Que hay jornadas en las que he tenido que parar el reloj siete veces ¡Siete!He viajado por toda España para que ganasen la liga y luego por toda Europa para que llegasen a la final.
Que yo venga a "colocarles" goles y ellos a encajarlos. Y mira tú que la crítica deportiva decía que era increíble que con el juego de Osasuna y con esa plantilla tuviesen tal pegada. Que pa tú culo pirulo, que si no es por mí y por el reloj, están en segunda.....
Primero empecé a "ayudarles" en casa pero como eran incapaces de ganar ni un puto partido fuera, no me quedó más remedio que hacer turismo. Les daba unos cuantos puntos de ventaja y no tardaban ni un mes en perderlos....Normalmente amañaba los partidos con cantadas de los porteros, paraba el partido justo cuando tenían el balón en sus manos, bajaba al campo, movía unos centímetros el balón y al poner en marcha el reloj, el balón se les resbalaba.
Eran tan malos que algunos partidos fui incapaz de hacer que los ganasen. ¡Pero sin no tiraban a puerta! Lo dicho, que me costó Dios y el reloj hacer posible aquel momento.

Ya estaba en el césped y me encaminaba hacia la portería del Milán disfrutando de la privilegiada vista desde el campo. Los que sólo hayan visto fútbol de arriba a abajo, de las gradas al césped no saben lo que se pierden. No hay nada como pisar la hierba, olerla y girar 360 grados desde el círculo central. Yo ya lo había visto muchas veces pero no dejaba de impresionarme. Cuando llegué a la altura de Dida no lo pude evitar, le quité el balón y con él en las manos fui corriendo hasta la portería de Ricardo. Una vez allí coloqué el balón en el suelo y me decidí a hacer un sprint de 90 metros sorteando a todos los jugadores. El gol de los goles. El gol fantasma. El gol que nunca nadie vería. El mejor gol de la historia solo para mí.

Continuará...

miércoles, 22 de julio de 2009

TIME STOP (3ª parte)

Time stop es un cuento de Diego Consuegra.

Me puse los guantes de látex y tarde unos 15 minutos en encontrar 7800 euros en un sobre dentro de un cajón. Esperaba más. Con todo el dinero que nos robaban imaginé que en el banco habría dinero para jubilarme pero no fue así. En las cuatro cajas que funcionaban había otros 3000 euros pero no los toqué. No quería revuelos cuando volviese a conectar la pila y me encontrase en la cola. Para evitar problemas decidí volver a casa para dejar el dinero. La sensación en el camino de vuelta era la de una ciudad vacía. Ni un ruido. Todo estático. Estaba muy inquieto pero el dinero en el bolsillo me tranquilizaba. En media hora me encontraba de vuelta en el banco. Me coloqué de nuevo en la fila y no pude evitar volver a tocar a la chica que tenía delante. A pesar de mi nerviosismo coloqué a la primera la pila en su sitio, esperé mi turno, tramité un recibo que tenía que pagar con la cajera del banco y me marché con una sonrisa mitad miedo mitad placer.Hice lo mismo en unos siete bancos más. La diferencia era que quitaba la pila al salir de casa y así me evitaba aparecer en ninguna cámara de seguridad. En poco tiempo me hice con unos 80000 euros. De los bancos pasé al chollo de los hipermercados, es increíble el dinero que te encuentras en las 50 cajas de un hipermercado un día de fiesta. Parece que la gente gasta más cuando es fiesta y como los hipermercados abren sábados, festivos y fiestas de guardar en poco tiempo conseguí más de 700000 euros. Para moverme por la ciudad e ir a los hiper usaba la bicicleta, los hiper solían estar en las afueras con lo cual hacía deporte y me forraba. No se podía pedir más. Cogía mi bicicleta y una bolsa de deporte. Antes de salir de casa ponía en marcha el TIME STOP y paraba el resto. Podía ir en coche hasta el hiper pero era mucho más divertido ir por la autopista, esquivando coches parados y adelantando Mercedes.Como me costaba disimular el dinero que tenía (si no lo gastas no lo tienes) y la prensa solo hacía que airear aquellos extraños robos decidí blanquearlo en la Once. Compré un cupón de un sorteo extraordinario de verano (la mejor época del año) con un premio de 18 millones de euros, cogí un tren y me marché a Madrid. Fue complicado pero divertido. Sentado entre los cuatro gatos que asistían al sorteo tuve que parar el tiempo seis veces. Una por cada número y otra para el de la serie. Cuando el bombo estaba girando y un momento antes de salir la bola, detenía el tiempo, me levantaba, abría el bombo, colocaba el número que correspondía al de mi cupón y me sentaba. Hice lo mismo hasta conseguir tener el número premiado. Cuando terminó el sorteo me levanté con 18 millones de euros en el bolsillo y amor eterno a la Once. Esa misma noche paseando por la gran vía vi que estrenaban la última película de Mónica Belluci y que estaría presente en una rueda de prensa en el Ritz. Habían colocado una alfombra roja en la entrada del hotel y me mezclé entre un montón de gente histérica a esperar su llegada. Juro que no lo pude evitar. Cuando pasó con aquel vestido negro y aquel cuerpo cimbreante saqué la pila y alguna cosa más....Siento vergüenza al contarlo pero cada uno tiene sus fantasías (me encanta hacer el amor en los estadios) y Mónica Bellucci es una de ellas. Se que están pensando que hacer el amor de esta manera es indecente, rastrero y roza, si no lo es directamente, la violación. Y tienen razón en pensarlo, así que les diré en mi descarga que empecé tocándole el culo y acabe dándole un tierno beso. Nada más. Tocarle el culo y besarle sin lengua fue mi fechoría sexual. Muy pobre, de acuerdo, pero intensa. Un año más tarde conseguí sus favores con dinero y sin reloj. Me acosté con ella en Anacapri, en la suite del hotel Caesar Augustus. Me costó nueve millones de euros pero mereció la pena. Aquel día me dí cuenta de que el dinero lo puede comprar todo. Al día siguiente regresé a casa y me presenté en mi banco para pagar mi hipoteca. Pedí hablar con el director y una vez en su oficina coloqué el cupón premiado y un periódico encima de la mesa. Le enseñé la hoja donde aparecía el número premiado y luego con un leve movimiento de cabeza señalé el cupón.He venido a ingresar estos 18 millones de euros en su banco y a cancelar mi hipoteca _dije simulando cierta timidez que no sentía.Pocas veces he visto unos ojos más fuera de sus órbitas y una lamida de culo mayor. Le deje que hablase varios minutos glosando su banco y los enormes beneficios contables y fiscales que mi dinero iba a generar. Yo le seguí el juego con cara de interés y cuando estiró su mano para coger el cupón y meterlo en la caja fuerte le pedí que me lo dejase ver y tocar por última vez. Una vez con el cupón en la mano y después de mirarlo con cariño y darle un tierno beso extendí mi brazo para entregárselo. El director alargó la suya y justo cuando sus dedos lo rozaron hice un rápido movimiento y me lo guardé en el bolsillo.¡Plas! el siguiente movimiento fue todavía más rápido. Le pegué una sonora bofetada que le dejó marcados los cinco dedos. Lo siento. He cambiado de opinión. Antes pensaba que era usted un gilipollas y ahora pienso que es usted un gilipollas y un cabrón. Puede meterse mi hipoteca por el culo, demandarme o hacer lo que considere más oportuno.
Continuará...

martes, 21 de julio de 2009

TIME STOP (2ª parte)

(Time stop es un cuento de Diego Consuegra)

¡La pila! seguro que el fallo era de la pila. Era cuestión de sacarla, cambiarla por otra nueva y problema solucionado.
Miré la parte trasera y vi un pequeño compartimento rectangular, metí la uña en la esquina y se abrió fácilmente dejando ver en su interior una extraña pila de color oro. La saqué de su hueco y me extrañó no ver ningún tipo de maquinaria en el reloj.
Coincidió que al sacar la pila, la radio que tenía encendida se paró pero no le di importancia. Dejé la pila sobre la mesa y al dar la vuelta al reloj vi que en la pantalla aparecía un mensaje: TIME STOP. Las letras eran digitales en color azul y parpadeaban sobre un fondo blanco. Incrédulo miré la pila y el reloj, el reloj y la pila y como no entendía cómo podía seguir encendido me puse a buscar algún que otro compartimento donde encontrase otra pila más obediente. Di varias vueltas al reloj pero no le encontré ningún nuevo hueco.

De repente me di cuenta de que todo estaba en completo silencio, el ruido amortiguado de la calle había dejado de sonar y no se oía absolutamente nada. Me levanté y me acerqué a la ventana. El mayor susto de mi vida se produjo en aquel momento. La gente que habla de un susto horroroso no ha vivido lo que yo experimenté aquel día al mirar por la ventana. Todo estaba parado, los coches, los peatones, el mundo, al menos el que se veía desde mi ventana, había dejado de girar, hasta una inmóvil paloma se encontraba suspendida en el aire a menos de cinco metros de mi ventana. Me puse a gritar y a pellizcarme, tenía que ser una pesadilla, empecé a dar vueltas por la casa y la angustia fue aumentando. Corrí a la radio y aunque estaba encendida no emitía ningún sonido, entonces fui a la sala, cogí el mando de la televisión y lo pulsé desesperado con la esperanza de oír alguna noticia que me explicase aquello y me quitase el pánico del cuerpo. La tele tampoco funcionaba. Volví a la cocina y encendí el microondas. Tampoco. Nada. Nada funcionaba. Decidí bajar a la calle para buscar alguien en mi situación y al darme la vuelta para hacerlo me fijé en el reloj. Seguía parpadeando. Era lo único "vivo", lo único que seguía funcionando. Algo me dijo que aquel reloj era el causante de todo. Había dos cosas inexplicables, la primera que el mundo se hubiese parado y la segunda que el reloj no. Alguna relación tenía que haber entre los dos sucesos. La frase del chino volvió como un relámpago a mi cabeza: "No uses mal el tiempo o el tiempo te usalá a tí”. No tenía muy claro lo que significaba, pero sí que iba a destruir aquel maldito reloj. Ya lo tenía en mi mano para golpearlo contra el suelo cuando el brillo de la pila llamó mi atención, tenía un brillo cegador, un brillo que me hizo entrecerrar los ojos al cogerla. Noté un calor extraño que antes no había percibido y sin pensarlo giré el reloj y le volví a introducir la pila. Una décima de segundo antes de hacerlo ya sabía lo que iba a pasar y efectivamente pasó. El reloj y la tele empezaron a sonar y percibí alborozado el ruido de la calle. Corrí a la ventana y al ver todo en movimiento exhalé un suspiro de alivio. Me volví a pellizcar con fuerza para desterrar lo del sueño pero sólo conseguí enrojecer mi brazo. Me senté en el sofá y pasé un par de horas girando el reloj en mi mano. Mi mente giraba a la misma velocidad, lentamente al principio, cavilando, sopesando el miedo y mucho más deprisa al final según una disparatada idea se iba abriendo camino. Para cuando me quise dar cuenta la brillante pila volvía a estar en mi mano y el horrible silencio en mi cabeza. Esta vez tarde sólo un par de segundos en volver a colocar la pila en su sitio y el mundo en su giro. Guardé el reloj en el cajón del anillo y me tomé dos vodkas de trago. Lo llamaba el cajón del anillo porque era lo único que contenía, un anillo, un extraño anillo de mujer que encontré en una peña de fútbol. Era un anillo de oro con una gran S en color rojo ardiendo entre llamas.
Un anillo así tenía que pertenecer a una fascinante mujer y aunque no sabía el porqué, siempre supe que algún día conocería a su dueña.
Mientras llegaba ese momento el reloj lo acompañaría. Lo inexplicable es que al abrir el cajón y ver el anillo percibí que era el único sitio de la casa donde podía guardarlo. Algo me decía que debían estar juntos.
Durante dos semanas el reloj permaneció en aquel cajón. Abría el cajón un par de veces todos los días. Cogía el reloj en mis manos pero el miedo que había experimentado bloqueaba de tal manera mi mente qué no sabía que hacer con él. A veces un pequeño resquicio de lucidez hacía que la opción de destruirlo ganase enteros pero cuando maduraba cómo hacerlo algo me lo impedía. Era como el anillo de Golum, una mezcla de miedo y poder que hacían que la decisión de desprenderme de aquel maldito artilugio se fuese demorando.El destino quiso que un banco tuviese la culpa (la culpa siempre es de los bancos) de que lo volviese a usar. Me habían denegado un atraso en el pago de la hipoteca. Llevaba 18 años con el mismo banco, nunca me había quedado al descubierto, había pagado religiosamente cuatro préstamos, tenía dos tarjetas de crédito, un plan de previsión, un seguro de hogar y una hipoteca que me ataba a ellos como la miel a las diablesas. Después de una estéril discusión con el director del banco, con mi nómina congelada por efecto de la crisis y con la empresa donde trabajaba al borde de la quiebra coincidió que al salir del banco y pasar al lado del mostrador vi una pequeña maquinita que contaba a una velocidad endiablada billetes de 50. Mi odio a los bancos y la desesperación que sentía hicieron que al ver aquellos billetes el reloj volviese a mi mente esta vez con mucho menos temor y mucha más determinación. En una hora estaba de vuelta en el banco con el reloj y unos guantes de látex dentro del bolsillo del pantalón. Cuando estaba a punto de llegar al mostrador del banco metí la mano en el bolsillo y palpando la superficie del reloj encontré la rendija y con la uña saque la tapa, luego le tocó el turno a la pila, me sudaba la mano y el reloj se me resbaló un par de veces pero al siguiente intento conseguí extraer la pila. Me asusté casi tanto como la primera vez y permanecí parado en la cola durante un par de minutos valorando la situación. Tener varias personas al lado totalmente inmóviles me aterraba pero no podía echarme atrás. Una televisión de plasma que momentos antes emitía anuncios del banco se había apagado y a través de la cristalera podía ver los coches detenidos en medio de la carretera. Salí de la cola y al hacerlo toqué sin darme cuenta el brazo de una chica que tenía delante. Era normal. Tacto normal. Color normal. Todo normal dentro de la anormalidad reinante.

Continurá...

lunes, 20 de julio de 2009

TIME STOP (1ª parte)

Time stop es un cuento de Diego Consuegra.


TIME STOP


Había conseguido parar el tiempo hacía unos cinco años. Exactamente dos días después de comprar el reloj en el Bazar Canarias a un anciano chino de pelo blanco y arrugas infinitas.

La primera vez que sucedió entre la sorpresa y el miedo a lo desconocido ( soy muy asustadizo) no pude disfrutar del histórico momento, pero hoy, según descendía los escalones hacia el campo, en el Santiago Bernabéu, en la final de la Copa de Europa del 2007, con 80.000 personas totalmente inmóviles y en completo silencio, con los jugadores estáticos en posturas increíbles y con el portero en el aire agarrando el balón que momentos antes había chutado el “rifle” Pandiani, estaba disfrutando, gozando el momento, relamiéndome, besando imaginariamente la orejona y babeando de placer.
Cuando pisé el césped me encaminé directamente hacia la portería del Milán, tenía que coger el balón de las manos de Dida, moverlo unos centímetros, volver a subir a mi asiento y colocar de nuevo la pila en el reloj para que el tiempo siguiese corriendo.
Si alguien me hubiese dicho que aquel reloj iba a conseguir que Osasuna ganase su primera Copa de Europa lo hubiese tildado de iluminado, paranoico o loco de atar, es más, hasta hubiese pensado que había hecho algún pacto con alguna satanasa de piernas largas (dos) y besos de miel.

El chino cuando me vendió el reloj me hizo una advertencia que en aquel momento no entendí; es más, la tomé a risa, ya que la situación era calcada a la de las advertencias de la película de los gremlins, sólo que aquí podía mojar el reloj (era sumergible), podía darle de comer las pilas que quisiera y podía sacarlo a pasear a pleno Sol….

-Antes de malchalte tengo que decil lecomendación leloj: “No uses mal el tiempo o el tiempo te usalá a ti “

Salí del bazar con el reloj en la muñeca, la frase del chino en la cabeza y las instrucciones en la mano, pero como siempre he sido muy perezoso para buscar aplicaciones que luego nunca aplico, las tiré en la primera papelera que se cruzó en mi camino. Tenía la hora, tenía los minutos y tenía los segundos. No pensaba bucear a más de cien metros, ni pensaba cronometrarme haciendo ningún tipo de deporte, ni pensaba usarlo como despertador, ni me interesaba conocer la hora de New York o de Moscú.

Pasaron dos días y el reloj comenzó a atrasar, primero lentamente y luego mucho más deprisa, ya llevaba dos horas de retraso y de seguir con esa ratio en un par de semanas tendría que calcular la hora por las sombras del sol.Faltó muy poco para que volviese a meterle el reloj por el culo al chino pero como para ir al bazar tenía que coger el metro, me entró pereza y me puse a tocar, apretar y estirar todos los botoncitos que tenía. Cuando llevaba un par de minutos haciéndolo me di cuenta de que lo que estaba haciendo era el imbécil.

Continuará...