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lunes, 17 de octubre de 2011

CÓMO SE HACE UN POEMA

Que nadie se llame a engaño, con este libro nadie va a aprender cómo se hace un poema si previamente no se ha hecho antes. O sí, no lo sé. Pero el libro va y no va de eso. Con este libro ocurre como con todos esos que llevan por título Cómo se hace... una novela, un guión de cine, un cuento, o lo que sea.

Lo que sí vamos a encontrar es el testimonio de 52 poetas (desde los nacidos a comienzos del siglo XX hasta los nacidos en la década de los 70), todos ellos de reconocido prestigio, que nos cuentan cómo hacen ellos su poema, qué cosas tienen o no tienen en cuenta, qué elementos utilizan y cuáles desechan, cómo trabajan desde la primera idea o el primer verso lo que luego será el texto definitivo. Y cada uno de ellos lo hace utilizando un ejemplo real, es decir, un poema ya publicado.

Eso sí, cada uno cuenta lo que quiere. Quiero decir que cada uno de ellos pone en el papel aquello que quiere poner y deja de escribir aquello de lo que no le apetece hablar, con lo que algunos (y es muy legítimo) escamotean gran parte de lo que realmente conforma el trabajo interno de la construcción del poema, mientras otros dejan muy claro toda esa arquitectura, y el trabajo que realizan hasta que la erigen.

En cualquier caso, es un libro más que interesante, no para aprender a escribir un poema, sino para conocer aquello a lo que los poetas que pasan por aquí, le dan importancia y en qué basan su poética, con lo que se nos ofrece una hermosa puerta de entrada a su obra.

El libro, que se publicó en 2002, está ya agotado, pero siempre se puede encontrar en una biblioteca o dando vueltas por las librerías de viejo. Iberlibro, por ejemplo, lo tiene. Merece la pena.

jueves, 3 de marzo de 2016

RECUPERANDO A GASTÓN BAQUERO DEL OLVIDO

Sus libros en Verbum
En algún lugar que no recuerdo leí una vez una anécdota de Gastón Baquero que contaba, creo, Luis Antonio de Villena. Me impresionó por lo mucho que decía sobre el personaje, casi invisible, en que se había ido convirtiendo este enorme poeta, y del que María Zambrano señaló la suntuosa sensualidad de su obra. Asumió de tal manera el doble exilio al que se vio abocado —salió de Cuba hacia España y aquí se encontró casi aislado— que cuando viajaba en tren, se colgaba un letrero en el que ponía: "Soy mudo". 

En agosto del año pasado, Alejandro Alcalde le dedicó un pequeño espacio en La víspera del infinito. De él he recogido la parte final del programa, poco más de cinco minutos, en la que realiza la semblanza del poeta y en la que Carlos Cano canta Yo te amo ciudad, adaptación del poema Testamento del pez.



El que copio a continuación, digno de figurar en cualquier antología poética del siglo XX, pertenece a la colección Poemas invisibles, Madrid 1991.

CON VALLEJO EN PARÍS—MIENTRAS LLUEVE

Metido bajo un poema de Vallejo oigo pasar el trueno y la centella.
Hay bochinche en el cielo”, dice impasible el indio acorralado
en callejón de París. Furiosa el agua retumba sobre el techo
blindado del poema. Emprésteme Abraham, le digo, un paraguas, un cacho
de nube seca como el chuño enterrado en la nieve. Estoy harto
de no entender el mundo, de ser el pararrayos del sufrir, de la frente al talón.
Alguien tiene que tenderme una mano que sea como un túnel
por donde al final no haya un cementerio. Dígame, Abraham,
cómo se las arregla para parir el poema que es ruana recia del indio,
y es al mismo tiempo hombreante poema panadero, padrote semental poema.
Me cobijo, me enclaustro, me escabullo amigo Abraham en ese parapeto
de un poema suyo donde se puede agüaitar, arriba, el paso del hambre
que sale por el mundo a comerse gente carniprieta, a devorar
pobres y más pobres, requetecienmil pobres tiritando de hambre.
Oiga, Abraham, llamado César como un emperador de toga negra y corona
de espinas, ¿cómo se las arregla para tristear sus poemas, si nunca cesa
de llover miseria humana, y se nos tuercen todos los tacones
de los viejos zapatos, y el agua cala impiadosa los remiendos del poncho?
Y qué risa me da que use usted nombre de imperial romano. Usted
tendría que llamarse eternamente Abel o Adán, pero Abraham está bien:
la mamacita de usted le llamaba Abrancito y le decía niño no pienses tanto,
que en el pobre pensar no sirve para nada, pensar es sufrir más.

Oiga lo que le digo, Abraham:
tanta hambre paso en París que voy al Louvre a comerme el pan y los faisanes
de un bodegón holandés. Le arrebato a un hombre de Franz Hals un jarro
de cerveza y me harto de espuma. Salgo del museo limpiándome el hocico
con el puño cerrado y digo ¿cuándo parará de llover en este mundo, cuándo
en el techo de los pobres no rebotarán más piedras, y lloverá maíz en vez de                    luto?
Y agarro el bastón de Chaplin, me subo el cuello de la chaqueta y salgo
en busca de un refugio, de un cobijo donde pasar lo que reste de llanto.
Me siento a caminar por la tristura y vengo aquí al providente amigo
a pedirle emprestado un jergón para echarme a dormir; déjeme
por un siglo no más un poema suyo, testicular semilla, antihambre poema,
antiodio poema vallejiano, déme un alarido sofocado por miedo al carcelero,
un alarido en quechua o en mandinga, pero con techo y suelo donde echarse a                   morir,
digo, a dormir, me contradigo, me enrosco, me encuclillo, vuelvo a ser feto
en el vientre de mi madre; me arrebujo y oigo su rezongar andino sollozante:
a París le hace falta un Aconcagua, y voy a lloverle a Dios sobre su misma cara
el sufrimiento de todos los humanos.

                                                 Alguien dice carcasse
y yo digo esqueleto. Hasta de espalda se ve que está llorando, pero empresta
el refugio piadoso que le pido, y me echo a morir, digo, a dormir, acorazado
por el poema de Abraham; de César, digo; quiero decir, Vallejo.

miércoles, 15 de noviembre de 2023

UN LIBRO, UN POEMA (T. S. Elliot)

Editorial
Nota previa: 

Desde hace unos días, paralelamente a esta sección Un libro, un poema he iniciado en WhatsApp, en el apartado "novedades", la publicación diaria de un poema bajo el hashtag (#) un poema al día. Es, lógicamente, una fórmula absolutamente efímera, pasadas las 24 horas, desaparece, pero quienes tenéis mi número podéis ver el poema, que cada día será de un libro distinto... 

***

#unlibrounpoema

Elliot ya es un clásico del siglo XX y no necesita presentación de ningún tipo. Guste o no, se haya leído o no, todo el mundo sabe que es el autor de obras tan influyentes en su época como La tierra baldía o Cuatro cuartetos.

Hoy dejo aquí, en traducción de José María Valverde

LA CANCIÓN DE AMOR DE J. ALFRED PRUFROCK


Si yo creyese que mi respuesta fuese
a persona que alguna vez volviera al mundo,
esta llama quedaría sin más sacudidas.
Pero como jamás desde este fondo
volvió nadie vivo, si es verdad lo que oigo,-+
sin temor de infamia te respondo.

DANTE, INFERNO, XXVII


Vamos entonces, tú y yo,
cuando el atardecer se extiende contra el cielo
como un paciente anestesiado sobre una mesa;
vamos, por ciertas calles medio abandonadas,
los mascullantes retiros
de noches inquietas en baratos hoteles de una noche
y restaurantes con serrín y conchas de ostras:
calles que siguen como una aburrida discusión
con intención insidiosa
de llevarnos a una pregunta abrumadora…
Ah, no preguntes "¿Qué es eso?"
Vamos a hacer nuestra visita.

En el cuarto las mujeres van y vienen
hablando de Miguel Ángel.

La niebla amarilla que se restriega el lomo en los cristales de las ventanas,
el humo amarillo que se restriega el hocico en los cristales de las ventanas,
metió la lengua lamiendo los rincones del atardecer,
se demoró en los charcos quietos sobre los sumideros,
dejó que le cayera en el lomo el hollín que cae de las chimeneas,
resbaló por la azotea, dio un brinco repentino,
y, viendo que era una suave noche de octubre,
se enroscó una vez en torno a la casa y se quedó dormido.

Y claro que habrá tiempo
para el humo amarillo que se desliza por la calle,
restregándose el lomo contra los cristales de las ventanas;
habrá tiempo, habrá tiempo
de preparar una cara para encontrar las caras que encuentras;
habrá tiempo de asesinar y de crear,
y tiempo para todos los trabajos y los días de las manos
que levantan y dejan caer una pregunta en tu bandeja;
tiempo para tí y tiempo para mí,
y tiempo aún para cien indecisiones,
y para cien visiones y revisiones,
antes de tomar té con tostadas.

En el cuarto las mujeres van y vienen
hablando de Miguel Angel.

Y claro que habrá tiempo
de preguntarse "¿Me atrevo?", y "¿Me atrevo?"
tiempo de volver atrás y bajar la escalera,
con un claro de calvicie en medio de mi pelo
(dirán: "¡Cómo le está clareando el pelo!")
mi chaquet, mi cuello duro subiendo firmemente hasta la barbilla,
mi corbata rica y modesta, pero afirmada con un sencillo alfiler-
(dirán: "Pero ¡qué delgados tiene los brazos y las piernas!")

¿Me atrevo
a molestar al universo?
En un minuto hay tiempo
de decisiones y revisiones que un minuto volverá del revés.
Pues les he conocido ya a todos, les conozco a todos—
he conocido los anocheceres, mañanas, tardes,
he medido mi vida con cucharillas de café:
conozco las voces que mueren con una caída agonizante
bajo la música de un cuarto de más allá.
Así ¿cómo podría hacerme ilusiones?

Y he conocido ya los ojos, los conozco todos—
los ojos que te miran fijos en una expresión formulada,
y cuando esté formulado, despatarrado en un alfiler,
cuando esté clavado y retorciéndome en la pared,
¿cómo empezaría entonces
a escupir todas las colillas de mis días y maneras?
Y ¿cómo podría hacerme ilusiones?

Y he conocido ya los brazos, los conozco todos—
brazos con pulseras y blancos y desnudos
(¡pero, a la luz de la lámpara, con vello parado claro!)
¿Es perfume de un traje de mujer
lo que me hace divagar así?
Brazos que se extienden en una mesa, o que se arropan en un chal.
¿Y cómo hacerme ilusiones entonces?
¿Y cómo iba a empezar?

........................................................

¿Diré que he pasado al oscurecer por estrechas calles
observando el humo que se eleva de las pipas
de hombres solitarios en mangas de camisa, asomados a la ventana?

Debería yo haber sido un par de ásperas garras
corriendo por los fondos de mares silenciosos.

.......................................................

!Y la tarde, el anochecer, duerme tan pacíficamente!
Alisada por largos dedos,
dormida… cansada… o se hace la enferma,
extendida en el suelo, aquí junto a ti y a mí.

¿Debería yo, después del té con pastas y helados,
tener la energía de forzar el momento hasta su crisis?
Aunque he visto mi cabeza (ya ligeramente calva) presentada en una bandeja,
no soy ningún profeta —y no se trata aquí de nada importante;
he visto chisporrotear apagándose el momento de mi grandeza,
y he visto al eterno Lacayo, alargándome mi abrigo y riéndose con disimulo,
y, en resumen, tuve miedo.

Y habría valido la pena, después de todo,
después de las tazas, la mermelada, el té,
entre la porcelana, entre un poco de charla tuya y mía,
habría valido la pena
descabezada de un mordisco el asunto con una sonrisa,
apretar el universo en una bola
echándolo a rodar hacia alguna pregunta abrumadora,
decir: “Soy Lázaro, venido de entre los muertos,
vuelto para decíroslo todo, os lo diré todo”-,
si alguna, poniéndose una almohada junto a la cabeza,
dijera. “No es eso lo que yo quería decir en absoluto.
No es eso, de ningún modo”.

Y habría valido la pena, después de todo,
después de las tazas, la mermelada, el té,
entre porcelana, entre un poco de charla tuya y mía,
habría valido la pena
descabezar de un mordisco el asunto con una sonrisa,
apretar el universo en una bola
echándolo a rodar hacia alguna pregunta abrumadora,
decir: "Soy Lázaro, venido de entre los muertos,
vuelto para decíroslo todo, os lo diré todo"—,
si alguna, poniéndose alguna almohada junto a la cabeza,
dijera: "No es eso lo que yo quería decir en absoluto.
No es eso, de ningún modo".

Y habría valido la pena, después de todo,
habría valido la pena, 
después de las puestas de sol y los jardincillos delante de casa, y las calles regadas,
después de las novelas, después de las tazas de té, después de las faldas que se arrastran por los suelos,
y esto, ¿y tanto más?
¡Es imposible decir precisamente lo que quiero decir!
Pero si una linterna mágica proyectara los nervios como estructuras en una pantalla:
habría valido la pena
de que alguna acomodándose una almohada o tirando a un lado un chal,
y voliéndose a la ventana, dijera:
"Eso no es en absoluto,
eso no es lo que quería decir en absoluto."

.......................................................

¡No! No soy el príncipe Hamlet, ni tenía por qué serlo;
soy un noble del séquito, uno que sirve
para hacer bulto en una comitiva, empezar alguna que otra escena,
aconsejar al príncipe: sin duda, un fácil instrumento,
respetuoso, contento de ser útil,
político, cauto y meticuloso;
lleno de elevado fraseo, pero un poco obtuso;
a veces, incluso, casi ridículo—
a veces, casi, un Bufón.

Envejezco… envejezco…
Tengo que llevar vueltas en los bajos de los pantalones.

¿Me saco raya en el pelo por detrás? ¿me atrevo a comerme un melocotón?

Me pondré pantalones blancos de franela, y pasearé por la playa.
he oído a las sirenas cantándose unas a otras.
No creo que me canten a mí.
Las he visto cabalgar en las olas mar adentro
peinando el blanco pelo de las olas echando atrás
cuando el viento sopla el agua hasta ponerla blanca y negra.

Nos hemos demorado en las cámaras del mar
junto a ondinas enguirnaldadas de algas, en rojo y pardo,
hasta que nos despierten voces humanas y nos ahoguemos.

***


jueves, 4 de junio de 2020

ELENA MARTÍN VIVALDI

Acceso al libro en google books

Aprovecho la grabación del poema de Elena Martín para la muestra de Mujeres poetas de los siglos XX y XXI que he iniciado hace poco tiempo y con ella doy noticia de la poeta granadina. 

Con motivo de los actos de celebración del centenario de su nacimiento la Fundación Jorge Guillén editó con sumo cariño su obra poética en dos tomos. La edición de la obra y el estudio preliminar corrió a cargo de José Ignacio Fernández Dougnac. Por desgracia, hoy, a pesar de ser una edición reciente, el libro está agotado y es inencontrable, excepto en alguna librería ¿de viejo? que lo ofrece a un precio escandaloso.



Elena Martín Vivaldi ejerció toda su vida profesional trabajando en la docencia, primero en un instituto de bachillerato y después en la universidad, excepción hecha de un breve tiempo en que trabajó en el Archivo General de Indias

Fue alternando el trabajo con la escritura y desde el primer libro de poemas publicado en 1945  nos dejó una docena de títulos (mucho más difíciles de encontrar que su poesía completa de hace unos años) :

Escalera de luna. Granada, Vientos del Sur, 1945.
El alma desvelada. Madrid, Ínsula, 1953.
Cumplida soledad. Granada, Veleta al Sur, 1958.
Arco en desenlace. Granada, Veleta al Sur, 1963.
Materia de esperanza. Granada, Albaycín, 1968.
Diario incompleto de abril. Málaga, Ángel Caffarena, 1971.
Durante este tiempo. Barcelona, El Bardo, 1972.
Nocturnos. Granada, Don Quijote, 1981.
Y era su nombre mar. Málaga, Jazmín, cuadernos de poesía, 1981.
Tiempo a la orilla (Obra reunida), 2 vols. Granada, Silene, 1985.
Desengaños de amor fingido. Málaga, Ángel Caffarena, 1986.
Poemas inéditos. Granada, Academia de Buenas Letras de Granada, 2007.


En Cómo se hace un poema, ella es la primera poeta en ofrecer sus ideas e impresiones sobre el tema. Recojo sus palabras: Yo estaba dentro de la plaza como en un mundo de ensueño, fuera de la vida (...) de la que me protegían los tilos, tendiéndome sus brazo. en ese momento, toda la mezcla de alegría y tristeza que se desprendía de la unión de esa mañana gris y de los vivos colores azul del cielo y verde de los árboles se identificó con el estado de mi ánimo en aquel instante; me sentí como partícipe e integrada en aquel paisaje, y, entonces, "se me vinieron" a la mano los dos primeros versos, las primeras palabras: Tilos que sois la plaza y enhebráis a la plaza, /barreras entre el sueño y el toro de la vida..." Enseguida anoté esos dos versos sobre la cubierta de una carpeta de cartón (...) Luego terminé el poema, sentada en algún café, supongo. (...) No todos mis poemas los he escrito así (...) pero, casi siempre, después de que me llegaran a la mano o al papel esas primeras palabras (...) sin las cuales me es difícil hacer un poema (pp 17-18).

TILOS

Tilos que sois la plaza y enhebráis a la plaza,
barreras entre el sueño y el toro de la vida.
Sois verdes.
Verdes, porque el cielo es azul.
Más verdes, (porque llevo mi alma con enseña de luto).
Verdes, porque es gris la mañana,
y las nubes restañan las heridas del cielo.
Sois verdes.
Infinitos abriles gritan en cada hoja
sus palabras nupciales.
Tilos, mis verdes tilos,
abriendo vuestros brazos
a unos mundos posibles,
a los cuerpos vencidos.
Abrazo donde el alma se refugie cansada,
donde esconda
su rostro sin caricias,
su cabello desnudo,
sus ojos sin espejos,
las manos desterradas.
Sois verdes.
Verdes, porque no hay primavera,
porque fuisteis y estabais
cuando el mundo era ciego.
Un mundo, donde el gozo era un velo de ensueño
que borraba el perfume de vuestro verde agudo.
Tilos. Y sólo vuestro nombre.
Y un himno lleva incienso hasta los cielos.
Sois la plaza. Ahí estáis.
Bajo los tilos −hermosamente triste−
se ha quedado esperando,
solitario, un sollozo.


Si no encontráis sus títulos en alguna biblioteca, podéis leer la mayor parte de su poesía en este enlace con su Obra poética.

miércoles, 14 de septiembre de 2011

ENTREVISTA CON KARMELO IRIBARREN

Empecemos por el principio: ¿qué es lo que te llevó a escribir poesía, qué es lo que te condujo a escoger este medio para expresarte?


Karmelo Iribarren
Muy sencillo: me di cuenta de que podía hacerlo. Un día iba en el autobús mirando por la ventanilla y escribiendo un poema en la cabeza. Fue algo que sucedió así, sin premeditación. Me llevé un pequeño susto, hay que decirlo. Luego en casa lo pasé a un papel. Allí había algo... Para entonces –tendría unos quince o dieciséis años- había leído ya bastante poesía, novela, etc... Y seguí probando, y perfeccionando el método. Escribí sonetos, décimas... más de cien, tan malos como perfectos (en lo que a la ortodoxia se refiere), fijándome mucho en el ritmo, los acentos... Me empollé libros de crítica literaria...
Bien sea como lectores, bien como escritores, todos tenemos nuestros autores favoritos, fantasmas que nos acompañan durante muchos años. ¿Cuáles son los tuyos y en qué medida han influido en tu forma de escribir?

            Yo, como poeta, me formé leyendo poesía española, a partir de Bécquer y Espronceda sobre todo. He leído, claro, a los clásicos del siglo de oro, y a los griegos y latinos... pero no me han influido, han ampliado mi cultura literaria, por decirlo de alguna manera, pero eso es otra cosa. Quizás, con Antonio y Manuel Machado, sean poetas como Biedma y Ángel González los que más me han enseñado. Y el Dámaso Alonso de Poemillas de la ciudad, y luego el Rafael Morales de Canción sobre el asfalto, por ejemplo, un libro que leí muchísimo. Y Pío Baroja, y la novela negra americana, con Raymond Chandler a la cabeza... Y muchos más, claro. Pero las lecturas fundamentales son las que uno hace de los quince a los veinticinco o treinta años, esas son las más definitivas, si se puede hablar en estos términos, tan categóricamente.

            A veces se te ha encuadrado dentro del realismo sucio. ¿Estás de acuerdo con esta apreciación? En tu opinión, ¿se te puede alojar dentro de algún estilo literario, de alguna corriente? ¿Qué opinas de todo esto: movimientos, generaciones, estilos...?

            Realismo sucio, realismo limpio, minimalismo, ala feísta de la poesía de la experiencia, realismo elegíaco... A mí no saben dónde meterme, si pudiesen me harían desaparecer, pero ya no pueden... No hay que hacer demasiado caso a todo eso, no merece la pena.

¿Qué compartes -si es que compartes algo- con los poetas de tu edad?

            Con los herméticos, retóricos, “silenciosos” y surrealistas..., no comparto nada, es evidente; salvo, claro, como dices, la edad. Con los otros, los de línea clara, comparto precisamente eso, la claridad, tan mal vista, por cierto, por los anteriormente mencionados, quizás por lo compleja y arriesgada que resulta. Cuando no dices nada, no corres el riesgo de equivocarte.

            En tus poemas podemos apreciar un continuo esfuerzo por expresar con sencillez, por ser lo más directo posible, por quitar toda la carga retórica posible a ese artefacto llamado poema. ¿Es esta una apreciación correcta? Y si es así ¿cuánto hay de trabajo, de esfuerzo porque sea así y cuanto de naturalidad, de que te sale de esa manera?

            Sí, es como dices, funciono por eliminación. Soy pura elipsis en mi afán de transparencia. Iribarren el elíptico. Quito todo lo que puedo, hasta el punto de que creo que a veces me paso, y que en lo que desdeño se va también parte de la poesía que quizás había conseguido atrapar el poema en su primera versión. En cuanto a la segunda parte de tu pregunta, bueno, los poemas vienen un poco como quieren y cuando quieren... Yo no tardo demasiado en escribirlos, es normal, los míos son cortos, casi epigramáticos... y además para cuando lo paso al papel o al ordenado el poema está prácticamente resuelto. Aunque mi cabeza no es la que era, todo hay que decirlo. He perdido agilidad... Y abundando en el asunto: si el poema me interesa mucho y no consigo verlo, lo dejo en un cajón y no vuelvo a él en meses... Tengo poemas con versos escritos a lo largo de varios años, pero son la excepción. El “arte” está, supongo, en que no se note. El arte o, más sencillamente, el oficio.

            Muchos de tus poemas están construidos a partir de una pequeña historia, recogen un microrrelato en su interior. ¿Te has planteado alguna vez pasarte a la narración o alternar ambas formas, poesía y cuento o novela?

            Hubo un tiempo en que barajé la idea, pero al final no lo hice, no me lancé. Supongo que porque no sentí la necesidad imperiosa de hacerlo.  Seguramente me ahorré sufrimientos y sudores vanos con esa decisión, quiero pensar así. Últimamente me ronda la idea de empezar con mis memorias. La espanto, claro, como si de un moscardón se tratase, y sigo viviendo. Pero... vuelve.

            Cada poeta tiene su propia manera de construir un poema, su forma particular de abordar la escritura, ¿cuál es la tuya?, ¿qué pasos das?, ¿cómo operas desde que comienzas hasta que lo das por terminado?

            Como he dicho antes, la poesía viene cuando y como quiere, al menos en mi caso. Cuando aparece suele hacerlo como una frase que en realidad, y pese a su tono coloquial, es ya un verso, o dos, y que marca el ritmo y a veces hasta la extensión del poema. Suele ser producto, este “hallazgo o revelación”,  de algo que he leído, visto u oído en algún sitio, algo con lo que el subconsciente ha hecho luego su trabajo, claro. Pero a veces lo que me llega es el final del poema, o puede pasar que tenga el principio y casi vislumbre el final pero del resto no sepa todavía nada... Son situaciones, en cualquier caso, que conozco y que sé cómo abordar... Rara vez abandono un poema, pero a veces sucede, que no puedo con él, seguramente porque cogí un camino equivocado tres versos más arriba, por ejemplo... En estos casos, como he dicho, los dejo en un cajón, en el purgatorio, y vuelvo a ellos tiempo después. Hay poetas más metódicos, o con otro método, poetas que escriben todos los días, hoy tres versos, mañana diez, como quien pone ladrillos. Siempre me ha resultado extraño –y hasta un poco sospechoso- este espécimen de poeta.

             Aprecio en tu obra, corrígeme si me equivoco, un punto de tristeza y una cierta inclinación a la nostalgia; por otra parte, como la de la mayoría de los escritores.

          Nos hacemos mayores, nos va quedando menos, el verano es cosa de jóvenes, no se puede fumar, la sal te hace daño y no me van a dar nunca el nacional de poesía... La ironía no puede con todo, y aparece esa tristeza, esa melancolía, que son de alguna forma una especie de refugio contra las inclemencias de la felicidad que a raudales discurre por las calles y de la que uno ya no puede formar parte. Literariamente, además, la tristeza da mucho juego, aunque en mi caso nunca es impostada. Hay que ponerse triste de vez en cuando Iribarren, me dijo una vez un crítico, allá por los noventa. Y me empecé a reír, claro. Lo cierto es que demostró con esa frase que no me había leído demasiado. Toda mi poesía está recubierta de una pátina de tristeza que se acentúa, es cierto, en los últimos libros, libros casi elegíacos. Pero es normal: nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos, auque a veces nos guste una canción...

            ¿Cuáles son los ingredientes vitales que te empujan a esta visión del mundo, de la sociedad, del tiempo en que te mueves?

            No hay más que mirar un poco por ahí para darse cuenta de que estamos rodeados de estupidez, demagogia, basura en tapa dura... Y no digas nada que se salga del guión, porque te estigmatizan. De momento han ganado los sectarios, los de conmigo o contra mí, los nuevos mesías sin dios, pero la historia es cíclica, no hay mal que cien años dure. Y conmigo que no cuenten, que se vayan al cuerno, todos, con sus prebendas y sus servidumbres... Yo, a lo mío.

Dentro de poco publicarás un nuevo libro de poemas. ¿Puedes adelantarnos algo de su contenido?

            Sí, saldrá en cosa de un mes, en la editorial Huacanamo. Se titula Otra ciudad, otra vida, un título que no puede ser más que una metáfora a esta edad. Habla de hastío, de lo que supone vivir en la penumbra, de no sentirte de donde eres, y habla también de lo poco que importan las cosas que dicen que tienen que importarnos... Es un libro elegíaco, muy triste a veces, con toques de ironía, desolador casi siempre, pero con algún poema de amor. Son poemas breves casi todos, y quisiera pensar que intensos... Hablan de mí, es decir, de ti y de aquél que pasa por allí enfrente...

            ¿Qué te gustaría que se recordase de tu obra, qué te gustaría que pasase a formar parte de la Literatura?

            Si te soy sincero, me da un poco lo mismo. La meta es el olvido. Pero me gusta cuando alguien me lee y dice “esto suena a verdad”. En esos casos pienso que algo he conseguido. Algo, como dijo Chandler, por lo que se despellejan los intelectuales...


Podéis encontrar la mayor parte de sus libros aquí.

Otras referencias sobre su obra podéis descubrirlas en este enlace.

martes, 21 de abril de 2020

CORONAVIRUS Y PAZ, por Juan Gutiérrez


He recibido esta reflexión sobre la situación que actualmente estamos viviendo de Juan Gutiérrez. Tal vez su extensión no la haga muy apropiada para un blog, pero el autor y la propia situación merecen el esfuerzo. Aquí la tenéis:

El coronavirus como salvador
(Ensayo improvisado de filosofía andante por cuatro vericuetos)

Hace 217 años un poeta filósofo alemán, FriedrichHölderlin, publicó un poema “Patmos” en el que había una frase que ha pasado a la posteridad “Wo aber Gefahr ist, wächst das Rettende auch” que en español significa: “Donde hay peligro crece también lo salvador”. Desde hace tiempo me ha fascinado esa sentencia y me pregunto si tiene algo de profético —esperanzador en referencia a peligros del futuro—, pero año tras año voy dejando esa pregunta quieta, dormida, sin tratar de responderla.

Primer vericueto
Sin embargo, desde hace un par de semanas, ya en tiempo de la pandemia en que el coronavirus nos ha metido a cada uno en su agujero (que demasiados ni lo tienen) y aislado físicamente a unos de otros, —agujero privilegiado el mío, grande, bien equipado, con terraza, cerca de la mar abierta— , y pareciendo en los primeros días que el tiempo que antes nos faltaba para cumplir con nuestros compromisos nos iba a sobrar al cancelarse o alargarse los plazos de su ejecución, he puesto esa pregunta  en marcha hacia una respuesta confiando en que para recorrer esa distancia iba a contar ahora con un tiempo liberado, desocupado, calmado.  

Pero nada más iniciar este recorrido voy notando que la pregunta no camina en línea recta por ese  espacio vacío, sino dando tumbos por un espacio superpoblado por otras inquietudes antes quietas, pero puestas de súbito en movimiento por el mismo confinamiento y por un raudal de noticias y de pensamientos que me vierte incesantemente por sus muchos canales —móvil, tele, radio, portátil, etc— el  mundo exterior. Así la pregunta se mueve zarandeada en el remolino de una maraña de ansias activadas, noticias y pensamientos sin acercarse a la respuesta.

Es como la carrera de la Reina Roja y Alicia,
La Reina Roja continuaba gritándole: “¡Deprisa, más deprisa!”, y Alicia sentía que no podía más, aunque le faltase aliento para decírselo.
Lo más curioso era que los árboles y las demás cosas que las rodeaban permanecían totalmente inamovibles: por más que corrieran, no conseguían adelantar nada. “¿No será que todo se mueve con nosotras?”, se preguntó muy intrigada la pobre Alicia.
[…]
Alicia miró con gran sorpresa a su alrededor
¡Pero si yo diría que hemos estado bajo este árbol todo el rato! ¡Todo está igual que estaba!
Claro que sí -dijo la Reina-. Pues ¿qué te creías?
Bueno, en mi país —dijo Alicia, todavía un poco jadeante—, si una corre un rato, tan deprisa como lo hemos hecho nosotras, generalmente acaba llegando a un lugar distinto.
¡Un país bien lento! —dijo la Reina—. Aquí, como ves, se ha de correr a toda marcha simplemente para seguir en el mismo sitio. Y si quieres llegar a otra parte, por lo menos has de correr el doble de rápido.
Repito tratando de ser más preciso: en el instante en que pongo en marcha mi pregunta noto que se están también poniendo en marcha y me empujan o atraen demasiadas otras cosas:
    un chorro de noticias y pensamientos sobre la pandemia que, repitiéndose sin cesar, generan confusión al desmentirse entre sí (parece que no se aclaran sus mismos emisores, gobernantes, expertos  o influencers). Más incluso que las fake news tontorronas que también circulan;
    el maremágnum de pronósticos acerca de la transformación que la pandemia va a generar en el mundo y en nosotros;
    un agitarse y revivir de vínculos de amistad entrañables, que habían quedado quietos y dormidos pero que despierta el clima del mismo confinamiento y a los que se suman vínculos que ya eran activos y que, aunque sin contacto físico, se siguen manteniendo con nuevo brillo.

Así mi pregunta corretea de un lado para otro al encuentro de esa avalancha buscando piezas del rompecabezas que forma la respuesta. Y me encuentro zarandeado, mareado, con vértigo y sin haberme movido hacia adelante. Siento que el rompecabezas me está rompiendo la cabeza.

Segundo vericueto
Me paro, me echo a dormir, me doy un paseo —más o menos legal— y, ya más aquietado, me propongo
      adueñarme de mi tiempo regulando las vías de entrada del chorro de inquietudes, noticias, planteamientos y pronósticos por medio de un grifo y de un filtro que corten el paso a lo que detectan como inútil;
      en vez de forzar a la pregunta a que se mueva en línea recta, dejar que avance  dando tumbos o en zigzag y tratar de entender por qué se mueve así;
      reflexionar sobre el tipo de respuesta que espero.

Esa reflexión me hace evidente que:
      La respuesta que busco la va a traer el mero paso del tiempo, que llegada la  hora no pronosticará si la realidad aún futura deja entrever una silueta que confirme o desmienta la sentencia de Hölderlin, sino que constatará si esa sentencia se ha cumplido o no en una realidad para entonces ya presente.
      No soy el único que pone en marcha esa pregunta, somos una multitud los que estamos tratando de entender cómo va a ser el futuro como consecuencia de la pandemia.

Entonces decido:
      No competir con esa multitud de adivinadores del futuro ni pretender ponerme a su cabeza, sino colaborar con ellos en una búsqueda conjunta de la respuesta.
      Que mi contribución a esa búsqueda conjunta consista en cocinar una pieza propia, artesanal, que incorporar al rompecabezas que forma la respuesta.
      Que sus ingredientes sean o de mi propia despensa, o compartidos con amigos, o adquiridos de cualquier otro. Todo un sancocho.

Aquí otra vez me paro  —normal, que esto es un ensayo de filosofía andante por vericuetos— y me pregunto: ¿A dónde iba y dónde estoy?

Me he echado a andar buscando alcanzar una respuesta a mi pregunta inicial y entretanto me encuentro con el yo disuelto en un nosotros y con que la meta no es la respuesta como rompecabezas ya completo, sino el haber cocinado una de sus piezas.
Y sí que avanzo pero no en línea recta.

Ahora se trata de volver a meter ese “yo” en el “nosotros” en que se ha disuelto.

Tercer vericueto
El principal ingrediente propio mío, aunque tengo entretanto la suerte de compartirlo en un grupo cada vez mayor, es la puesta en juego de las Hebras de Paz Viva (HPV), que hoy la inmensa mayoría no tiene en cuenta, dejándolo de lado porque las memorias colectivas, siendo selectivas, nos lo esconden. Así, al caer en esa trampa de la memoria, se escamotea un ingrediente fundamental de lo salvador.

Ese ingrediente, —nuestra pulsión como seres humanos por verter nuestras vidas en otras vidas, para crearlas, protegerlas, alimentarlas, enriquecerlas etc—, no lo concibo como  algo presente o ausente según los tiempos —como una luna llena o nueva—   sino como un sol constante a lo largo de la historia humana e incluso, por lo que parece, anterior al también darse entre seres vivos que han precedido a nuestra especie.

Cualquier diagnóstico o pronóstico que ignore las HPV va a declarar a la especie humana como por sí misma incapaz, carente de recursos propios, para sobrevivir a una crisis. La esperanza en “lo salvador” se reduce pues a esperanza en algo no humano. Y cuanto más se sitúe este agente salvador fuera de lo humano, más se encogen el ser humano y su dignidad.

Las HPV con presencia a lo largo de toda la historia son un ingrediente necesario de “lo salvador”, pero insuficiente. Para que “lo salvador” salve tienen que combinarse esas HPV con otro ingrediente variable históricamente para que así entren en juego “el peligro” haciéndose presente y “lo salvador” creciendo.  

No sé cómo definir a este ingrediente variable, pero creo que podemos buscarlo entre lo que Hegel llamaba “espíritu del tiempo”, Rousseau “voluntad general” y “contrato social”, y ponerle provisionalmente un nombre más actual como “consenso”, tomando así como modelo el consenso de la transición democrática española. Sin embargo, voy a alargar algo ese nombre llamándolo “consenso en su conjunto” porque no son uno, sino varios los temas que el consenso consensúa.

Este consenso en su conjunto se plasma en dos planos imbricados uno con otro: el plano institucional en forma de leyes y el plano en que vivimos, nos entendemos y encontramos los seres humanos, —que quizá sea el plano en que se genera la cultura—.

(De paso: ¿tiene algo que ver la distinción entre esos dos planos con la que hizo Max Weber entre “poder” y “legitimación”?) 

No concibo ese “consenso en su conjunto” como algo permanente, aquietado y distendido, aunque así se presente en el plano institucional —como en la constitución española de 1978, desde entonces en lo esencial blindada—. 

Sin embargo, en el plano en que viven los ciudadanos ese “consenso en su conjunto” se revela como algo en evolución lleno de movimiento y tensión internos, que en ese plano institucional pueden consolidarlo o resquebrajarlo hasta romperlo pese a su fuerte anclaje jurídico.
 
En ese plano en que vivimos y nos relacionamos los seres humanos entran en juego junto con otros factores las dos pulsiones contrapuestas —para ejercer violencia o emitir HPV— contribuyendo a su evolución, fortaleciendo o resquebrajando  el consenso en su plano institucional.

El mejor ejemplo de esa evolución de un consenso es el avance del feminismo —ligado al reconocimiento de los cuidados, que en gran medida son HPV—  como una ola de fondo que se va transformando, creciendo y acelerándose desde principios del siglo XX hasta hoy en que ya es rampante. Otro ejemplo es la decadencia del monopolio de poder de la iglesia católica, respaldada por el franquismo, de ordenar los comportamientos de la gente.

Tres otros ingredientes propios que puedo aportar son mi gusto por la ecología, la filosofía y mi empeño por la paz.

En relación con la ecología tengo que agradecer al amigo Rudolf Bahro, filósofo ecologista alemán muerto en 1997, muy olvidado en España, pero famoso e influyente en los años 80, que en 1987 publicó su libro Lógica de la salvación, donde plantea la lógica de la salvación del peligro de la autoaniquilación inevitable de la especie humana (pág. 35): “Es cierto que las contradicciones sociales han sido y son aceleradores y amplificadores, pero de algo generado por una disposición de nuestra misma condición humana, que la hace única y gloriosa: De todas todas la clave de la situación es que el ser humano normal, en su versión excesiva de hombre occidental normal, destruye la vida en vez de ponerse a su servicio. Y, por mucho que podamos poner en duda que lo salvador crezca desde el peligro, quien no ve ese peligro y su causa, quien considera que la crisis ecológica no es más que el molesto efecto colateral de un desarrollo glorioso, no puede despertar para ponerse a buscar la respuesta sea la que sea”.

Cuarto vericueto
De acuerdo con Bahro —y creo que también con Greta Thunberg, con el movimiento de Viernes por el Clima, con Ghandi (que afirmó que los recursos del mundo bastan para satisfacer las necesidades humanas pero no la codicia humana) y con las profecías de muchos pueblos aborígenes— interpreto la frase en que Hölderlin relaciona “el peligro” con “lo salvador” por así decir a contrapié, porque planteo que el peligro es la aniquilación de la humanidad por el abuso que hace esa misma humanidad de la naturaleza y, sólo partiendo de ahí, me pregunto si la pandemia del Covid-19 puede ser, además de parte evidente de ese peligro, puesto que amenaza con diezmar a toda la humanidad y desvencijar su tinglado económico, lo salvador que crece. 

Afirmo así que el peligro a tope es nuestra relación hostil como seres humanos, con la naturaleza que ensuciamos y destruimos acelerando así nuestra propia extinción. Hoy nuestra especie está ya en la cuenta atrás, con el punto final de su desaparición a la vista, ya a pocos pasos del punto sin retorno.

La verdad es que este pronóstico fruto de un cálculo intelectual nos deja bastante fríos, consigue sólo movernos a regañadientes arrastrando los pies y tachándolo de apocalíptico. Le falta la dimensión emocional que aportan la sensación de inmediatez y la evidencia de que no hay escape individual a esa extinción de la especie.

Es un peligro muy peligroso —valga la redundancia— porque no aparece como inminente ni del todo inexorable:
   el fin de la especie humana se hará evidente dentro de 30 o 40 años, ya muy pasado el punto sin retorno, cuando sea demasiado tarde para poner remedio;
  afecta a los pobres —que cuentan poco— mucho antes, como media generación, que a los potentados —que cuentan mucho—;
  parece más lejano que las muertes individuales de nuestra generación;
  genera la esperanza falsa de esperar una repetición del mito del Arca de Noé, según el cual el dios bíblico aniquila la especie humana inundándola con el diluvio, pero salva a una familia.

Esa perspectiva a corto plazo y complaciente —que resuena en el “¡Cuán largo me lo fiáis!” de Don JuanTenorio o en el “Después de nosotros el Diluvio” de la Pompadour
   permite que se pongan de nuevo en juego soluciones falsas a la crisis, de acuerdo con la lógica determinante de proteger a los seres humanos sólo en la medida en que se aseguran los intereses de los inversores, que más bien la agravan, como ya ha ocurrido en la crisis económica del 2008, cuando las mismas recetas capitalistas que generaron la crisis se aplicaron para remediarla;
    va a costarnos unos cuantos años el ensayo de remedios hasta que desechemos los inútiles o incluso contraproducentes y escojamos los eficaces ;
    la aceleración de nuestra economía nos tiene en jaque y quita el tiempo para buscar y encontrar un remedio.
   se entiende la lucha por la supervivencia de la humanidad como una guerra en la que poner en juego las mismas estrategias que se aplican para conquistar y someter a la naturaleza, que son estrategias de guerra pero inútiles y contraproducentes para proteger al género humano.

Sin embargo, hoy se ha adelantado a este peligro de aniquilación, que nos amenaza como especie, pero aún no nos parece inmediato, la primera gran ola de la oleada con que la naturaleza responde al abuso a que la sometemos, la pandemia del Covid-19, que nos saca de este sopor, sobresalta, pone alerta y hace que estemos a escala mundial trastocando el comportamiento de cada quisque al tomar medidas urgentes de protección ante la epidemia desatada, que está ya matando a miles y cada vez a mayor velocidad, que —sin amenazar con la extinción a nuestra especie—, amenaza con diezmarla en general, con lo que cada uno de los nosotros podemos ser los décimos de esa diezma.
 
Esas medidas de protección están a su vez desencadenando una crisis económica, pero “desencadenar” significa ahora romper las cadenas que atan los procesos económicos a la lógica de anteponer el incremento de los bienes y recursos privados a la salvación de vidas con su dignidad.

La crisis del coronavirus ya ha roto esas cadenas y en ese tremendo revuelo se están moviendo ingentes capitales para, fuera de las lógicas capitalistas, atender a las necesidades y urgencias humanas, siendo la más imperiosa y urgente la de sobrevivir con dignidad. 

Mientras esa lógica capitalista se desbarata, está creciendo —como los pequeños mamíferos tras la extinción de los dinosaurios— una lógica variopinta de atención y protección a los seres humanos y a su dignidad, que recoge y antepone planteamientos antes pospuestos —una renta básica universal, una atención médica bien equipada y sin exclusiones—, junto con otros no planificados, sino surgidos espontáneamente  por el mismo sobresalto, como el aplaudir desde los balcones en señal de agradecimiento a los servicios sanitarios y de limpieza, el surgimiento de redes de apoyo a personas vulnerables con lo que, desbaratada la ley de hierro del capital, se entrevé el nuevo orden de un “jardín de las delicias” —Hieronymus Bosch—.  En ese sentido,  el coronavirus es la mejor y más oportuna de las vacunas.

En ese jardín de las delicias florece un sinnúmero de flores, pero no me detengo
para mostrárorlas porque también vosotros estáis en ese jardín y podéis mostrar mejor que yo y trasmitir el color y la fragancia de las que os brotan más cercanas. Allí, además, crecen y se fortalecen árboles, líderes de las HPV, como el papa Francisco, que ha crecido en esta Semana Santa guardando todos sus rituales con sermones en iglesias vacías o semivacías en los que insistentemente desbordaba los límites que la doctrina católica tradicional impone a los seres humanos.

La pandemia es además muy oportuna,
   porque su llegada, coincidiendo con el impetuoso avance del feminismo, evidencia que las estrategias machistas de defensa militar son contraproducentes e invita a desplegar un sistema de protección ya no centrado en el balance entre el ataque destructor contra el enemigo y huida de ese enemigo, sino en la atención y la generación de amistad.

         A esa nueva estrategia  responde bien el coronavirus, porque parece que lo que     mata no es su contagio, sino la producción excesiva de anticuerpos por parte de los contagiados. El objetivo ya no es aniquilar al virus enemigo, sino aprender a convivir con él. La lucha ya no consiste en aniquilar al virus enemigo o ser aniquilado por él, sino que es una pugna por transformar ese virus enemigo en un amigo con el que convivir (parece que durante millones de años ha convivido el coronavirus con murciélagos y pangolines).

   La cuarentena, el aislamiento físico como medida tradicional de protección ante las plagas, era hasta principios de este siglo algo muy duro y paralizante, pero el desarrollo de lo digital en los últimos años lo hace mucho más llevadero y permite —por ejemplo con el teletrabajo— soslayar muchos bloqueos.

En este rio revuelto por haberse roto las leyes capitalistas que lo ordenaban, no sólo navegan tejedores de Hebras de Paz Viva, también lo surcan tiburones y especuladores decididos a medrar sin dignidad a costa del resto, de la inmensa mayoría. Pero esas sombras ya no pueden mostrarse como luminosas; les ha llegado la hora en que revelarse como sombrías. El capitalismo, sin ser la solución, ha podido hasta hace bien poco presentarse como solución moralmente neutra, pero ahora ya no puede, porque se revela como criminal.

Algunos de esos tiburones pretenden, e incluso consiguen, ser grandes líderes, como Trump, Boris Johnson o Bolsonaro. Sin embargo, son líderes de corto recorrido porque chocan contra sí mismos: una semana, tras ordenar que se anteponga la codicia de los potentados a las necesidades humanas, Trump se ve forzado a ordenar que ingentes masas de dinero se desmarquen de esa lógica del capital para atender a las necesidades humanas. Es el loco al que se refería Machbethan idiot full of sound and fury, signifying nothing”

Ante otras amenazas globales se han planteado fórmulas que trataban de proteger a un sector de la humanidad separándolo del resto —como los intentos de proteger durante la guerra fría los EE.UU, separándolos de Europa y del bloque socialista por medio de una campana protectora formada por misiles defensivos; guerra fría que al volverse caliente iba a destruir los misiles ofensivos enemigos manteniendo así a los de dentro a salvo de la hecatombe que aniquilaría a los de fuera—. Pero desde el momento en que ha aparecido esta pandemia es evidente que soluciones de este tipo no sirven para nada: el coronavirus,  aunque comparado con la gripe española —que  hace 100 años mató a más de 50 millones— mata relativamente poco —del 3 al 10% de los afectados—, amenaza uno por uno tanto a los ricos como a los pobres y más se trasmite de ricos a pobres que al revés.

El muro que está construyendo Trump para proteger los Estados Unidos separándolos de México es ante esta pandemia algo ridículo, porque el coronavirus se lo salta como si tal cosa.

Tras los 4 vericuetos
Días antes de su asesinato Martin Luther King pronunció la frase “He alcanzado la cumbre” (I have reached the mountain top).
Yo no.
Nosotros aún no.
Nos queda la poesía.

sábado, 29 de enero de 2022

JOSÉ HIERRO, CIEN AÑOS

Este ejemplar me acompaña desde 1975, fecha en que realicé un pequeño trabajo sobre su obra para presentarlo en la clase. Me gustó tanto, que me negué a leer nada sobre él. Los atrevimientos de la edad. 

Si viviera, el 3 de abril cumpliría 100 años.

Esta es mi selección-homenaje-recuerdo:





DESTINO ALEGRE


Nos han abandonado en medio del camino.
Entre la luz íbamos ciegos.
Somos aves de paso, nubes altas de estío,
vagabundos eternos.
Mala gente que pasa cantando por los campos.
Aunque el camino es áspero y son duros los tiempos,
cantamos con el alma. Y no hay un hombre solo
que comprenda la viva razón del canto nuestro.

Vivimos y morimos muertes y vidas de otros.
Sobre nuestras espaldas pesan mucho los muertos.
Su hondo grito nos pide que muramos un poco,
como murieron todos ellos,
que vivamos deprisa, quemando locamente
la vida que ellos no vivieron.

Ríos furiosos, ríos turbios, ríos veloces.
(Pero nadie nos mide lo hondo, sino lo estrecho).
Mordemos las orillas, derribamos los puentes.
Dicen que vamos ciegos.

Pero vivimos. Llevan nuestras aguas la esencia
de las muertes y vidas de vivos y de muertos.
Ya veis si es bien alegre saber a ciencia cierta
que hemos nacido para esto.






SERENIDAD

                     (Lectura de madrugada)

Serenidad, tú para el muerto,
que yo estoy vivo y pido lucha.
Otros habrá que te deseen:
ésos no saben lo que buscan.
Si se durmieran nuestras almas,
si las tuviéramos maduras
para mirar inconmovibles,
para aceptar sin amargura,
para no ver la vida en torno
apasionadamente nunca,
duros y fríos, como piedra
que sopla el viento y no la muda...

Almas claras. Ojos despiertos.
Oídos llenos de la música
del dolor. Los dedos felices,
aunque los hieran las agudas
espinas. Todo el sabor agrio
de la vida, en la lengua.

                                   «Nunca
podrás mojar tu pie en el río
en que ayer lo mojaste. Busca
la eternidad, vive en la alta
contemplación de su figura».

Palabrería de los libros
de la que deja el alma turbia.
Serenidad que se nos vende
por librarnos de la tortura,
por llenarnos de sueño el alma
y rodeárnosla de bruma.
Serenidad, tú para el muerto.
El hombre es hombre, y no le asusta
saber que el viento que hoy le canta
no volverá a cantarle nunca.
Serenidad, no te me entregues
ni te des nunca,
aunque te pida de rodillas
que me libertes de mi angustia.
Será que vivo sin saberlo
o que deserto de la lucha.
Tú no me escuches, no me eleves
hasta tu cumbre de luz única.

Palabrería de los libros
de la que deja el alma turbia.
Yo también me hago un poco libro,
me duermo el alma...

                                  Luz difusa.
La madrugada se desgaja
agria y azul, como una fruta.
Cantan los pinos a lo lejos.
Un niño llora. Las desnudas
mujeres y hombres silenciosos
salen despacio de las últimas
sombras. Los pájaros me esperan.
Se alzan las olas. (Me preguntan
por qué). Campanas... (Ayer niebla,
hoy claro sol y luego lluvia...)
¿Por qué? Las hojas se estremecen...

Voy inundándome de música








Llegué por el dolor a la alegría.
Supe por el dolor que el alma existe.
Por el dolor, allá en mi reino triste,
un misterioso sol amanecía.

Era alegría la mañana fría
y el viento loco y cálido que embiste.
(Alma que verdes primaveras viste
maravillosamente se rompía).

Así la siento más. Al cielo apunto
y me responde cuando le pregunto
con dolor tras dolor para mi herida.

Y mientras se ilumina mi cabeza
ruego por el que ha sido en la tristeza
a las divinidades de la vida.





EL MUERTO

Aquel que ha sentido una vez en sus manos temblar la alegría
no podrá morir nunca.

Yo lo veo muy claro en mi noche completa.
Me costó muchos siglos de muerte poder comprenderlo,
muchos siglos de olvido y de sombra constante,
muchos siglos de darle mi cuerpo extinguido
a la yerba que encima de mí balancea su fresca verdura.
Ahora el aire, allá arriba, más alto que el suelo que pisan los vivos
será azul. Temblará estremecido, rompiéndose,
desgarrado su vidrio oloroso por claras campanas,
por el curvo volar de gorriones,
por las flores doradas y blancas de esencias frutales.
(Yo una vez hice un ramo con ellas.
Puede ser que después arrojara las flores al agua,
puede ser que le diera las flores a un niño pequeño,
que llenara de flores alguna cabeza que ya no recuerdo,
que a mi madre llevara las flores;
yo querría poner primavera en sus manos).

¡Será ya primavera allá arriba!
Pero yo que he sentido una vez en mis manos temblar la alegría
no podré morir nunca.
Pero yo que he tocado una vez las agudas agujas del pino
no podré morir nunca.
Morirán los que nunca jamás sorprendieron
aquel vago pasar de la loca alegría.
Pero yo que he tenido su tibia hermosura en mis manos
no podré morir nunca.

Aunque muera mi cuerpo, y no quede memoria de mí.







ALUCINACIÓN

Amanece. Descalzo he salido a pisar los caminos,
a sentir en la carne desnuda la escarcha.
¡Tanta luz, tanta vida, tan verde cantar de la hierba!
¡Tan feliz creación elevada a la cima más alta!
Siento el tiempo pasar y perderse y tan sólo por fuera de mí se detiene.
Y parece que está el universo encantado, tocado de gracia.
¡Tanta luz, tanta vida, tan frágil silencio!
¡Tantas cosas eternas que mellan al tiempo su trágica espada!
¡Tanta luz, tan abiertos caminos!
¡Tanta vida que evita los siglos y ordena en el día su magia!
Si la flor, si la piedra, si el árbol, si el pájaro;
si su olor, su dureza, su verde jadeo, su vuelo entre el cielo y la rama.
Si todos me deben su vida, si a costa de mí, de mi muerte es posible su vida,
a costa de mí, de mi muerte diaria...

¡Tanta luz, tan remoto latir de la hierba...!
(Descalzo he salido a sentir en la carne desnuda la escarcha).
¡Tanta luz, tan oscura pregunta!
¡Tan oscura y difícil palabra!
¡Tan confuso y difícil buscar, pretender comprender y aceptar,
y parar lo que nunca se para.






Por qué te olvidas, y por qué te alejas
del instante que hiere con su lanza.
Por qué te ciñes de desesperanza
si eres muy joven, y las cosas viejas.

Las orillas que cruzas las reflejas;
pero tu soledad de río avanza.
Bendita forma que en tus aguas danza
y que en olvido para siempre dejas.

Por qué vas ciego, rompes, quemas, pisas,
ignoras cielos, manos, piedras, risas.
Por qué imaginas que tu luz se apaga.

Por qué no apresas el dolor errante.
Por qué no perpetúas el instante
antes de que en tus manos se deshaga.





RECUERDOS

Aquello era hermoso. ¿Te acuerdas de como las flores nacían?
¿De cómo traía el ocaso su rojo clavel en la boca?
¿De un hombre que todas las tardes tocaba el violín a la puerta?
¿Del soñar cotidiano que daba sus llamas al alma en la sombra?

¿Te acuerdas de aquello? Aquello era hermoso.
Yo no sé si tú vuelves conmigo y conmigo lo evocas.
¡Tan alegre pasar, desgarrando el eterno momento,
pisoteando, sin verlas, las rosas!

Hay un instante que todo lo puede, que salta los días
y vive presente en el cielo dorado de nuestra memoria.
¿Por qué no ha de ser ese instante
el que ya para siempre te colme las horas?

¿Te acuerdas de aquello? Aquello era hermoso.
Todas las cosas que son, son hermosas
aunque sepamos de fijo que acaban y mueren un día,
que pasan rozando las vidas y nunca retornan.

¿Te acuerdas de aquello?
La juventud nos cantaba, nos canta, su canto de gloria.
Aquello era hermoso: pasar sin pensar, y soñar sin llegar,
aceptar sin jamás preguntar por la mano que dio la limosna.

Y yo te pregunto. Y acaso esta brisa que mueve la hierba
me da tu respuesta, me dice la oscura palabra que nunca se nombra.






Apagamos las manos. Dejemos encima del mar marchitarse la luna
y nos pusimos a andar por la tierra cumplida de sombra.
Ahora ya es tarde. Las albas vendrán a ofrecernos sus húmedas flores.
Ciegos iremos. Callados iremos, mirando algo nuestro que escapa
hacia su patria remota.
(Nuestro espíritu debe de ser, que cabalga sobre las olas).

Ahora ya es tarde. Apagamos las manos felices
y nos ponemos a andar por la tierra cumplida de sombra.
Hemos caído en un pozo que ahoga los sueños.
Hemos sentido la boca glacial de la muerte tocar nuestra boca.

Antes, entonces, con qué gozo ardiente,
qué prodigioso encenderse de aurora
modelamos en nieblas efímeras, en pasto de brisas ligeras,
nuestra cálida hora.
Y cómo apretamos las ubres calientes. Y cómo era hermoso
pensar que no había ni ayer, ni mañana, ni historia.

Ahora ya es tarde; apagamos las manos felices
y nos ponemos a andar por la tierra cumplida de sombra.
Cómo errar por los años, como astros gemelos, sin fuego,
como astros sin luz que se ignoran

Cómo andar, sin nostalgia, el camino, soñando dos sueños distintos
mientras en torno el amor se desploma.

Ahora ya es tarde. Sabemos. Pensamos. (Buscábamos almas).
Ahora sabemos que el alma no es piedra ni flor que se toca.
Como astros gemelos y ajenos pasamos, sabiendo
que el alma se niega si el cuerpo se niega.
Que nunca se logra si el cuerpo se logra.

Dejamos encima del mar marchitarse la luna.
Cómo errar, por los años, sin gloria.
Cómo aceptar que las almas son vagos ensueños
que en sueños tan sólo se dan, y despiertos se borran.
Qué consuelo ha de haber, si lograr una gota de un alma
es pretender apresar el latir de la tierra, desnuda y redonda.

Estamos despiertos. Sabemos. Como astros soberbios, caídos,
sentimos la boca glacial de la muerte tocar nuestra boca.






PARA UN ESTETA

Tú que hueles la flor de la bella palabra
acaso no comprendas las mías sin aroma.
Tú que buscas el agua que corre transparente
no has de beber mis aguas rojas.

Tú que sigues el vuelo de la belleza, acaso
nunca jamás pensaste cómo la muerte ronda
ni cómo vida y muerte —agua y fuego— hermanadas
van socavando nuestra roca.

Perfección de la vida que nos talla y dispone
para la perfección de la muerte remota.
Y lo demás, palabras, palabras y palabras,
¡ay, palabras maravillosas!

Tú que bebes el vino en la copa de plata
no sabes el camino de la fuente que brota
en la piedra. No sacias tu sed en su agua pura
con tus dos manos como copa.

Lo has olvidado todo porque lo sabes todo.
Te crees dueño, no hermano menor de cuanto nombras.
Y olvidas las raíces («Mi Obra», dices), olvidas
que vida y muerte son tu obra.

No has venido a la tierra a poner diques y orden
en el maravilloso desorden de las cosas.
Has venido a nombrarlas, a comulgar con ellas
sin alzar vallas a su gloria.

Nada te pertenece. Todo es afluente, arroyo.
Sus aguas en tu cauce temporal desembocan.
Y hechos un solo río os vertéis en el mar,
«que es el morir», dicen las coplas.

No has venido a poner orden, dique. Has venido
a hacer moler la muela con tu agua transitoria.
Tu fin no está en ti mismo («Mi Obra», dices), olvidas
que vida y muerte son tu obra.

Y que el cantar que hoy cantas será apagado un día
por la música de otras olas.





EPITAFIO PARA LA TUMBA DE UN HÉROE

Se creía dueño del mundo
porque latía en sus sentidos.
Lo aprisionaba con su carne
donde se estrellaban los siglos.
Con su antorcha de juventud
iluminaba los abismos.

Se creía dueño del mundo:
su centro fatal y divino.
Lo pregonaba cada nube,
cada grano de sol o trigo.
Si cerraba los ojos, todo
se apagaba, sin un quejido.
Nada era si él lo borraba
de sus ojos o sus oídos.

Se creía dueño del mundo
porque nunca nadie le dijo
cómo las cosas hieren, baten
a quien las sacó del olvido,
cómo aplastan desde lo eterno
a los soñadores vencidos.

Se creía dueño del mundo
y no era dueño de sí mismo.





UNOS VERSOS PEDIDOS

Hace ya tiempo... (era yo
poeta. Tiempo divino
de cantar y de soñar
lo esperado y lo perdido.
Cristal de viejos reflejos,
tornasolado prodigio,
álamo esbelto que alzaba
al cielo su verde grito
primaveral...) Hace tiempo
—divino tiempo— me dijo
que le escribiera unos versos
a sus senos..

Nunca ha sido,
nunca jamás podrá ser
el poema concluido.
Hay cosas grandes, bellezas
para las que no hay cobijo
en las palabras. Hay cosas
cuyo nombre no decimos
para no mancharlas.

Miro
hacia atrás. Era yo entonces
poeta (serlo es sentirnos
iluminados) No supe
hallar el nombre preciso,
la cifra que concretara
tanta hermosura. (Me dijo
que le escribiera unos versos
a sus senos...) No he podido
hallar la palabra exacta,
lograr el nombre preciso.

Yo, poeta sin palabras,
dado a los malabarismos
de las palabras, buscaba
rimas, imágenes, ritmos.
Cazador de aves retóricas:
«palomas de tibios picos»,
«cimas de nieve con sol
poniente», «gemelos lirios»,
«pararrayos de lo rosa»,
«redondas piedras de río»,
«fruto al que arrancan los pájaros
sus dulzores encendidos».

Yo era poeta. Sentía,
soñaba. Tiempo divino
de sentir y de soñar.
Y ser poeta es vestirnos
túnicas de luz, oír
la voz que nos va trazando
todos los caminos.

Soñar sin saber cantar.
Errar por el laberinto.
Pero ahora que sé cantar
ya es imposible el prodigio.
Ahora ya no sé soñar.
Cayó la antorcha al abismo.
Todo pasa en torno, y todo
halla el corazón marchito.
Todo es una imagen muerta
en el fondo de mi río.
Una brisa que conmueve
trigos que no son mis trigos.

Alba que toca el ocaso.
Ya no soy rey de mí mismo.
Caído de mi alto trono,
sin resurrección, hundido
en las cavernas que el tiempo
cavó para mi suplicio.


RÉQUIEM




ALUCINACIÓN EN SALAMANCA

¿En dónde estás, por dónde
te hallaré, sombra, sombra,
sombra?...

                Pisé las piedras,
las modelé con sol
y con tristeza. Supe
que había allí un secreto
de paz, un corazón
latiendo para mí.

Y qué serías, sombra,
sombra, sombra; qué nombre,
y qué forma, y qué vida
serías, sombra. Y cómo
podías no ser vida,
no tener forma y nombre

Sombra: bajo las piedras,
bajo tanta mudez
—dureza y levedad,
oro y hierba—, qué, quién
me solicita, qué
me dice, de qué modo
entenderlo... (no encuentro
las llaves). Sombra, sombra,
sombra... Cómo entenderlo
y nacerlo...

                 De pronto,
deslumbradoramente,
el agua cristaliza
en diamante... Una súbita
revelación...

                  Azul:
en el azul estaba,
en la hoguera celeste,
en la pulpa del día,
la clave Ahora recuerdo:
he vuelto a Italia. Azul,
azul, azul era ésa
la palabra (no sombra,
sombra, sombra) Recuerdo

ya —con qué claridad—
lo que he soñado siempre
sin sospecharlo. He vuelto
a Italia, a la aventura
de la serenidad,
del equilibrio, de
la belleza, la gracia,
la medida...

                  Por estas
plazas que el sol desnuda
cada mañana, el alma
ha navegado, limpia
y ardiente. Pero dime,
azul (¿o hablo a la sombra?),
qué dimensión le prestas
a esta hora mía; quién
arrebató las alas
a la vida. Y quién fue
que yo no sé. Y quién fui
el que ha vivido instantes
que yo recuerdo ahora.
Qué, alma mía, en qué cuerpo,
que no era mío, anduvo
por aquí, devanando
amor, entre oleadas
de piedra, entre oleadas
encendidas (las olas
rompían y embestían
contra las torres peñas)...

Entre oleadas... Olas...
Gris... Olas... Sombra...He vuelto
a olvidar la palabra
reveladora. Playas...
Olas... Sombra... Hubo algo
que era armonía, un sitio
donde estoy... (sombra, sombra,
sombra), donde no estoy.
No: la palabra no era sombra.

El fulgor del cielo,
la piedra rosa, han vuelto
a su mudez. Están
ante mí. Los contemplo,
y, sin embargo, ya
no están. El equilibrio,
la armonía, la gracia
no están. Ay, sombra, sombra
(y tanta claridad).

Quién disipó el lugar
(o el tiempo) que me daba
su sangre, el que escondía
el lugar (o era el tiempo)
no vivido. Y por qué
recuerdo lo que ha sido
vivido por mi cuerpo
y mi alma. Qué hace
aquí, por mi memoria,
este avión roto, un viejo
Junker, bajo la luna
de diciembre. La niebla,
la escarcha, aquel camino
hasta el silencio, aquella
mar que estaba anunciando
este mismo momento
que no es tampoco mío.

Quién sabe qué decían
las olas de esta piedra.
Quién sabe lo que hubiera
—antes— dicho esta piedra
si yo hubiese acertado
la palabra precisa
que pudo descuajarla
del futuro. Cuál era
—ayer— esa palabra
nunca dicha. Cuál es
esa palabra de hoy,
que ha sido pronunciada,
que ha ardido al pronunciarla,
y que ha sido perdida
definitivamente.





YEPES COCKTAIL

Juan de la Cruz, dime si merecía
la pena descolgarte, por la noche,
de tu prisión al Tajo, ser herido
por las palabras y las disciplinas,
soportar corazones, bocas, ojos
rigurosos, beber la soledad...


—¿Otro whisky?
                               La pelirroja
—caderas anchas, ojos verdes—
ofrece ginebra a un amigo.
Hombros y pechos le palpitan
en el reír. ¡Oh llama de amor viva,
que dulcemente hieres!...


Junto al embajador de China,
detrás de la cantante sueca,
el agregado militar
de Estados Unidos de América,
Juan de la Cruz bebe un licor
de luz de miel...

                       (Dime si merecía
la pena, Juan de Yepes, vadear
noches, llagas, olvidos, hielos, hierros,
adentrar en la nada el cuerpo, hacer
que de él nacieran las palabras vivas,
en silencio y tristeza, Juan de Yepes...
Amor, llama, palabras- poesía,
tiempo abolido... Di si merecía
la pena para esto...)


                              El aplaudido
autor con el puro del éxito,
la amiguita del productor
velando su pudor de nylon,
las mejillas que se aproximan
femeninamente: «Mi rouge
mancha, preciosa...» (Mancha amor
cuando en las bocas no hay amor).

(Juan de la Cruz, dime si merecía
la pena padecer con fuego y sombra,
beber los zumos de la pesadumbre,
batir la carne contra el yunque, Juan
de Yepes, para esto... Vagabundo
por el amor, y huérfano de amor...)